Los enanos de Hitler
Al nuevo papa lo llaman nazi porque estuvo pegando tiros al final de la guerra mundial con los alemanes. Qué bobada, con qué facilidad se esconden las barbaries propias bajo la gran alfombra de piel humana que el nazismo tejió durante su hegemonía. Olvidan rápidamente que un tercio de los franceses deseaba, en 1939, un Hitler que gobernara su país con la misma entereza que el austríaco. Sí, y los ingleses no repudiaban tampoco al nazismo, e incluso hubo algún monarca que tonteó descaradamente con los amigos de la Burgerbraukeller (se escribe así?).
El tema está en que el bueno de Adolf decidió que no bastaba con conquistar, a lo Alejandro Magno, sino que el proceso debía completarse con una regeneración de las razas. Y ese fue su gran error.
Porque no debemos olvidar que los nazis fueron recibidos en loor de multitudes a su entrada en Kiev, que los árabes ansiaban un pacto con Alemania para enfrentarse a su enemigo común, al igual que Nehru, quien en vano pretendió entrevistarse con el Führer, que rechazó siempre la visita por su sentido ultrarracista que le impedía siquiera mirar a un ennegrecido como el amigo de Gandhi.
Que ahora se quiera señalar al nuevo papa por haber sido soldado del Reich me parece un insulto a la memoria de los combatientes, de uno y otro lado. Porque se asocia el nazismo a un lugar, a un tiempo y a unos individuos concretos y finitos, cuando el pensamiento nacionalsocialista, de superioridad arbitraria, de control total, de obediencia debida y discurso único, es tan viejo como la civilización, como las ciudades y los mentecatos que las pueblan.
Porque estas acusaciones vinculadas a un momento histórico desvirtúan las otras, las realmente preocupantes, que hablan de un papado que puede recoger terribles instrumentos del pasado para darles nueva vida. Si se quiere acusar a Ratzinger de nazi, tal vez se hallen pruebas, pues la defensa del statu quo practicada por la iglesia lleva a situaciones de una atrocidad abominable; como el velado genocidio del SIDA, el rechazo sí o sí al enfrentamiento con los poderes fácticos, o la obediencia ciega en una institución que, más allá del ornamento, es una gran organización burocrática con intereses muy materiales. Pero acusarle porque a los 17 años un tipo más alto que él le puso un uniforme y le envió al frente a matar gente, eso es de una hipocresía vergonzosa, vomitiva, una cobardía asquerosa. Echar la culpa al soldado es la forma de ocultar el fracaso del general, el fracaso, en el tema del que hablo, de una sociedad que 70 años después de sufrir unos hechos terribles, sigue mirando hacia otro lado cuando se habla de impedir que vuelvan a suceder.
El tema está en que el bueno de Adolf decidió que no bastaba con conquistar, a lo Alejandro Magno, sino que el proceso debía completarse con una regeneración de las razas. Y ese fue su gran error.
Porque no debemos olvidar que los nazis fueron recibidos en loor de multitudes a su entrada en Kiev, que los árabes ansiaban un pacto con Alemania para enfrentarse a su enemigo común, al igual que Nehru, quien en vano pretendió entrevistarse con el Führer, que rechazó siempre la visita por su sentido ultrarracista que le impedía siquiera mirar a un ennegrecido como el amigo de Gandhi.
Que ahora se quiera señalar al nuevo papa por haber sido soldado del Reich me parece un insulto a la memoria de los combatientes, de uno y otro lado. Porque se asocia el nazismo a un lugar, a un tiempo y a unos individuos concretos y finitos, cuando el pensamiento nacionalsocialista, de superioridad arbitraria, de control total, de obediencia debida y discurso único, es tan viejo como la civilización, como las ciudades y los mentecatos que las pueblan.
Porque estas acusaciones vinculadas a un momento histórico desvirtúan las otras, las realmente preocupantes, que hablan de un papado que puede recoger terribles instrumentos del pasado para darles nueva vida. Si se quiere acusar a Ratzinger de nazi, tal vez se hallen pruebas, pues la defensa del statu quo practicada por la iglesia lleva a situaciones de una atrocidad abominable; como el velado genocidio del SIDA, el rechazo sí o sí al enfrentamiento con los poderes fácticos, o la obediencia ciega en una institución que, más allá del ornamento, es una gran organización burocrática con intereses muy materiales. Pero acusarle porque a los 17 años un tipo más alto que él le puso un uniforme y le envió al frente a matar gente, eso es de una hipocresía vergonzosa, vomitiva, una cobardía asquerosa. Echar la culpa al soldado es la forma de ocultar el fracaso del general, el fracaso, en el tema del que hablo, de una sociedad que 70 años después de sufrir unos hechos terribles, sigue mirando hacia otro lado cuando se habla de impedir que vuelvan a suceder.
1 comentario
oscar -
un abrazo y felicidades por su weblog!