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Sesión Digital

El Político profesional

La locomotora del PP se está quedando sin nada que echar a la caldera. Las encuestas dicen que se acercan al PSOE; pero claro, las elecciones no sirven para escoger al mejor, sino para echar al que lo hace mal. Y vistas las exigencias del pueblo español a la hora de seleccionar presidente (si Aznar lo fue…) el PP tiene claro que hay Zapatero para rato.

Acabados los cadáveres de ETA, echada al fuego hasta la última página del estatut, se agota el combustible, ¿Qué quemar? Ya está: negros y moros, que hay muchos, apestan y no están sindicados. Dicho y hecho, el tal partido ha corrido a informar a la población de los peligros del inmigrante: forma guetos, genera delincuencia y (¡Oh Hipócrates, Oh Galeno!) trae enfermedades a la Una Grande y Libre.

Pues aquí estamos, peinados y con la cara recién lavada, cada vez menos atónitos al comprobar cuánta razón tenían los griegos al considerar la historia como algo cíclico. Sin embargo, no deja de sorprender lo sencillos que son los cambios, lo sabia que es la naturaleza. Por pillar unos cuantos votos, sin ánimo de ofender, el PP ha puesto sobre la mesa el tema de la inmigración en la línea que le caracteriza, o sea, a grito pelado.

Si ignoramos el sonido gutural y nos fijamos en la copia escrita (la que se puede asumir sin tener arcadas), observamos en esta ocasión que el llamamiento suena un poco a enlatado, a producto de segunda mano. No me refiero -que también- al hecho de que la llamada a la xenofobia sea una forma milenaria de control social, que también. Los grandes partidos llevan ya algunos años gobernados a la par por la ejecutiva del partido, de un lado, y los consejeros y asesores profesionales, externos a la organización, por otra. Los primeros a_aden el factor primario, pero los segundos son los encargados de dar la receta para el triunfo, y tiempo ha que los grandes partidos de nuestro país se han profesionalizado.

No me cuesta nada imaginar al señor Acebes, o a Zaplana o Rubalcaba, defendiendo en un púlpito tesis diametralmente opuestas a las que defienden actualmente. No me cabe duda de que lo harían con la misma entrega de que hacen gala hoy en día. Son el ejemplo de la preponderancia del profesional externo sobre el militante.

A Zaplana ya se le oyó en su día reconociendo que estaba en política por dinero. La verdad es que es cosa muy loable. Maquiavelo hizo ya la descripción de este indíviduo; su Príncipe es el antecesor del político actual; dotó al administrador público de condición autónoma. No dependía de Dioses ni augurios, y su labor no comportaba condicionantes éticos. De esta forma quedaba igualada a otras artes, como la ebanistería o el macramé, y con ello perdía todas sus connotaciones espirituales, religiosas y demás.

Este político profesional no tiene nada contra los negros. Es más, aparte de la criada que es senegalesa, tiene un amigo que se llama Hassan, que un día le echó un cable en un apuro, y él a cambio le regularizó los papeles. Incluso tiene apadrinados a tres niños etíopes, dos angoleños y -para que no le llamen racista- piensa adoptar a una niña vietnamita. Pero claro, a las 8 suena el despertador, el caballero se encaja los colmillos, y venga, a la Castellana a deslomarse para pagar el rolex. Hoy tocan negros, lo siento por ellos, nunca me han hecho nada; la única vez que le robaron era un yonqui de Chamberí, para más chanza hijo de buena familia, que se le veía en las formas. Pero ya se sabe, o los negros o yo, no es nada personal.

Son señores como éstos los que van y, de un día para otro, te sueltan el pollo de la inmigración como quien hace un swing en el campo de golf: “A ver si le doy esta vez”. Claro, los profesionales de cualquier ramo se limitan a hacer su trabajo, pero cuando a un médico le viene un paciente con dolor de cabeza, no le envía a hacerse pruebas del cancer, “A ver si cuela”.

Me parece muy digna la existencia del político profesional, al que le gusta el parlamento y las ruedas de prensa, se pirra por el olor de la moqueta, busca el calorcillo de los flashes. De tipos así los hay arquitectos, biólogos, ingenieros, cada cual con lo suyo. ¿La diferencia? Cuando uno de estos señores comete un estropicio, puede incluso ir a la cárcel por ello. Hay unas garantías y unas normas que se cumplen mejor o pero, pero existen. En la política no hay normas, puede meterse cualquiera y hacer lo que le de la gana. Ahora un tipo ondea la bandera xenófoba, matan a dos moros en el metro de Valencia, y ya la tenemos liada. Y resulta que no hay manera de denunciar a ese tipo por el uso que ha hecho de su posición profesional como político.

En vez de llamadas a Santiago y estatutos mágicos, sería bueno que se plantearan la creación de un Colegio de Políticos, con unas normas que cumplir y unas responsabilidades que asumir, y que explicar ante el juez si llega el caso.

Mientras esto no suceda, estaremos a merced de la buena fe de “currantes” como Acebes o -ay!- Zaplana.

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