Ya es primavera en el Corte Inglés
Ahora que por fin se han acabado los anuncios de navidad vamos a tragarnos la siguiente oleada de publicidad sobre el cambio de estación: ropa nueva, las vacaciones más cerca, todos a la playa, cuadernos de estudio veraniego y todas esas cosas que se caracterizan porque en su consumo alguien se forra sin que le veamos ni la cara.
Hay que reconocer que en primavera hay un cierto relax con respecto al invierno, estación en que la publicidad satura hasta llegar a la extrema crueldad. Recueldo con especial horror las avalanchas de anuncios de colonias que aparecen en los lugares más insospechados. Como las cucarachas, se pasan el día buscando rendijas por donde extenderse y dejar su rastro de gilipollismo absoluto. Porque los anuncios de colonia no son como los de detergente, de un gilipollismo honesto, humano, sino que buscan sus referentes -diríase- en las horripilancias abstractas del arte contemporáneo; desde la horterada pura y dura hasta estridencias totalmente absurda, tenemos que tragar con esos monumentos al consumismo día sí y día tambien por tres largos y oscuros meses.
Porque los anuncios de colonias muestran claramente lo consumista que es nuestro mundo (y lo que ya decía el ADN, que no nos diferenciamos tanto de las moscas). Al igual que los anuncios de ropa y muchos otros, pero con mayor descaro, te demuestran que cuando vas a comprar, no buscas un producto, sino la exteriorización de una imagen ante el resto de las personas. La idea de identificar un producto con un hábito o comportamiento es vieja, y estos anuncios no le aportan nada nuevo, salvo el hacerlo de una forma totalmente descarada.
Y la broma es que te los has de comer! esos engendros creados bajo la consigna del "cuanto peor mejor", metidos con calzador en la cabeza de algún publicista que solo piensa en la pasta (como haríamos todos, confiando en que la gente no sea tan imbécil de tragárselo, aunque la realidad te demuestre lo contrario una y otra vez) y vomitados sin piedad en el televisor, en las pancartas, en las revistas, te acaban alcanzando, como pesados mosquitos en busca de dinero que chupar.
Con la primavera uno puede despedirse en buena parte de estos anuncios, y de las paranoias provocadas a posteriori por los mismos, y que le hacen a uno cuestionar la racionalidad del mundo en que vive (porque si los emiten año tras año, será porque hay gente que le ve una cierta lógica; y visto el precio de la publicidad, serán muchos para pagarlo). A partir de ahora los anuncios seguirán siendo igual de estúpidos que siempre, para confortar a la gente que, como yo, hace muchas veces del ver la televisión un acto de reafirmación masculina y viril.
Hay que reconocer que en primavera hay un cierto relax con respecto al invierno, estación en que la publicidad satura hasta llegar a la extrema crueldad. Recueldo con especial horror las avalanchas de anuncios de colonias que aparecen en los lugares más insospechados. Como las cucarachas, se pasan el día buscando rendijas por donde extenderse y dejar su rastro de gilipollismo absoluto. Porque los anuncios de colonia no son como los de detergente, de un gilipollismo honesto, humano, sino que buscan sus referentes -diríase- en las horripilancias abstractas del arte contemporáneo; desde la horterada pura y dura hasta estridencias totalmente absurda, tenemos que tragar con esos monumentos al consumismo día sí y día tambien por tres largos y oscuros meses.
Porque los anuncios de colonias muestran claramente lo consumista que es nuestro mundo (y lo que ya decía el ADN, que no nos diferenciamos tanto de las moscas). Al igual que los anuncios de ropa y muchos otros, pero con mayor descaro, te demuestran que cuando vas a comprar, no buscas un producto, sino la exteriorización de una imagen ante el resto de las personas. La idea de identificar un producto con un hábito o comportamiento es vieja, y estos anuncios no le aportan nada nuevo, salvo el hacerlo de una forma totalmente descarada.
Y la broma es que te los has de comer! esos engendros creados bajo la consigna del "cuanto peor mejor", metidos con calzador en la cabeza de algún publicista que solo piensa en la pasta (como haríamos todos, confiando en que la gente no sea tan imbécil de tragárselo, aunque la realidad te demuestre lo contrario una y otra vez) y vomitados sin piedad en el televisor, en las pancartas, en las revistas, te acaban alcanzando, como pesados mosquitos en busca de dinero que chupar.
Con la primavera uno puede despedirse en buena parte de estos anuncios, y de las paranoias provocadas a posteriori por los mismos, y que le hacen a uno cuestionar la racionalidad del mundo en que vive (porque si los emiten año tras año, será porque hay gente que le ve una cierta lógica; y visto el precio de la publicidad, serán muchos para pagarlo). A partir de ahora los anuncios seguirán siendo igual de estúpidos que siempre, para confortar a la gente que, como yo, hace muchas veces del ver la televisión un acto de reafirmación masculina y viril.
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