Trabajad malditos!
Vuelve el calor, y con él las bellas costumbres que acompañan a las alergias, las moscas y las sorpresivas lluvias primaverales. Ya en tiempos remotos, los egipcios tenían a bien pagar un tributo al faraón en trabajo, construyendo bonitas pirámides que en su día seguro que parecían una gilipollez, pero que mira tú por dónde cuatro milenios después sustentan de forma magnífica la industria turística del país (y es que ya lo decía Leo Bassi, hay que construir una pirámide en los Monegros).
A imagen y semejanza de los compadres egipcios, por estas fechas podemos contemplar a las legiones de estudiantes de periodismo que se disponen a pagar su propio tributo, no a un faraón, sino a la profesión a la que aspiran. Por un periodo de tres meses, estos aprendices de periodistas trabajarán gratuitamente en varios medios de comunicación que cuentan con esta mano de obra semiesclava para que les saquen las castañas del fuego a un coste irrisorio (en concreto coste cero, vamos, una risa que te mueres). Esta hermosa tradición de trabajar por amor al arte no tiene nada que ver con el voluntariado oenegero, y sí más bien con una relación de explotación que hunde sus raíces, por lo menos, en las estructuras gremiales del medievo, y que se fundamenta en que nadie te obliga a hacer estas prácticas, pero sin ellas no hay título ni acceso a la profesión. Ello deja a los becarios, que así se conoce a esta fauna, ante una disyuntiva contundente: o te dejas esclavizar durante tres meses por una empresa que va a ganar dinero a tu costa, o no hay titulín en la pared.
Pero lo mejor de todo, lo que riza el rizo, es que los primeros en aceptar estas condiciones son los propios damnificados. Deseosos como están de poner en práctica lo aprendido, sabedores de lo complicado que está el mercado laboral, se ofrecen a cualquier propuesta que les hagan, aún las más ruines, porque probablemente es la única opción que tienen de conseguir trabajo. Las empresas, conocedoras de esta situación, se aprovechan de ella como el pederasta lo hace con los niños a los que propone tocamientos a cambio de caramelos. No es un hecho generalizado, ni se puede decir, afortunadamente, que todas las empresas actúen del mismo modo, pero sí es cierto que hay muchas que del uso hacen abuso, y que aprovechan la buena voluntad de estos futuros periodistas para mantener un lucrativo negocio consistente en cobrar por difundir información, pero no pagar por obtenerla.
Porque uno puede reconocer que el rendimiento de un recién incorporado no sea el mismo que el de una persona experta. Pero claro, algo hará el muchacho en la redacción, porque si no eso ni son prácticas ni son nada. Si el becario de turno hace algo, este algo puede ser ver cómo trabajan los otros periodistas, acompañarles en su trabajo y observar los métodos de trabajo. Pero resulta que en la práctica ésto no es así. Nuestros amigos los becarios realizan tareas directas de producción en los medios donde realizan las prácticas, lo cual significa que están sacando trabajo. Y este trabajo, ¿qué proporción representa comparado con el que saca un profesional? Es difícil decirlo, pues habría que ponerse de acuerdo en la escala, ¿tal vez un 20, un 50 % del trabajo que haría un profesional? En cualquier caso no es un 0 %; los becarios realizan un trabajo, generan un beneficio mediante su trabajo, y a cambio no es que reciban poco, es que no reciben nada, a veces ni un triste "gracias".
¿Y la universidad, qué opina de esto? Desconozco los motivos que llevan a las universidades del país a una pasividad tan dañina para la profesión como vergonzosa para las instituciones que la practican. Los responsables de las prácticas afirman que éstas son clases fuera del aula, que el alumno va a aprender y no a trabajar, y que las empresas los acogen para formarlos. Sin embargo, enfrentados a la realidad, que dice que los becarios realizan tareas estructurales en las diferentes empresas donde van, no saben ni siquiera reformular el discurso; se encallan, se bloquean en su paraíso de libertad de expresión, donde la prensa es un derecho y no un negocio, donde publicar es una expresión del alma y no un medio para llenar el estómago.
Lo que sucede es que las universidades colaboran activamente en la degradación de la profesión periodística: porque los alumnos van como locos por currar y les dejan picar el anzuelo sin abrir la boca, porque farda mucho con las visitas decir que tenemos mogollón de alumnos currando em mogollón de medios, porque enfrentarse a este modelo supondría enfadarse con muchos amiguetes que tienen el tinglado montado entorno al abuso de lo que debería ser un periodo de aprendizaje, el último y más importante, de una profesión tan indigna y mercenaria como todas las demás.
La presencia de becarios en las redacciones supone una merma tanto en la calidad del trabajo realizado, como en las condiciones laborales de la profesión, pues los empresarios no tienen escrúpulo alguno al preferir a un becario que trabaje gratis y mal frente a un profesional que cobre y lo haga bien. Las universidades pueden hacer mucho más de lo que hacen actualmente para acabar con esta trata de blancas del periodismo, y para comenzar deben reconocer la realidad existente entorno a este trabajo sumergido. Dicen que no les llegan quejas, como si tuviera derecho a quejarse aquel que ni siquiera puede cobrar por el trabajo realizado; el temor a no encontrar trabajo puede más que la defensa de unos derechos que se supone deben proteger las universidades antes que nadie, so pena de convertirse en ETT's del medio. La situación de indefensión en que se encuentran los becarios debe ser afrontada por las facultades so pena de degradar la profesión, con el daño que supondría para las libertades de expresión. Eso, o aceptar que la del periodista es una profesión de segunda que cualquiera puede hacer, con lo cual la existencia de facultades, cátedras y mandangas varias de periodismo y comunicación debería ponerse en duda. Lo que sea, pero esta estafa debe acabar.
A imagen y semejanza de los compadres egipcios, por estas fechas podemos contemplar a las legiones de estudiantes de periodismo que se disponen a pagar su propio tributo, no a un faraón, sino a la profesión a la que aspiran. Por un periodo de tres meses, estos aprendices de periodistas trabajarán gratuitamente en varios medios de comunicación que cuentan con esta mano de obra semiesclava para que les saquen las castañas del fuego a un coste irrisorio (en concreto coste cero, vamos, una risa que te mueres). Esta hermosa tradición de trabajar por amor al arte no tiene nada que ver con el voluntariado oenegero, y sí más bien con una relación de explotación que hunde sus raíces, por lo menos, en las estructuras gremiales del medievo, y que se fundamenta en que nadie te obliga a hacer estas prácticas, pero sin ellas no hay título ni acceso a la profesión. Ello deja a los becarios, que así se conoce a esta fauna, ante una disyuntiva contundente: o te dejas esclavizar durante tres meses por una empresa que va a ganar dinero a tu costa, o no hay titulín en la pared.
Pero lo mejor de todo, lo que riza el rizo, es que los primeros en aceptar estas condiciones son los propios damnificados. Deseosos como están de poner en práctica lo aprendido, sabedores de lo complicado que está el mercado laboral, se ofrecen a cualquier propuesta que les hagan, aún las más ruines, porque probablemente es la única opción que tienen de conseguir trabajo. Las empresas, conocedoras de esta situación, se aprovechan de ella como el pederasta lo hace con los niños a los que propone tocamientos a cambio de caramelos. No es un hecho generalizado, ni se puede decir, afortunadamente, que todas las empresas actúen del mismo modo, pero sí es cierto que hay muchas que del uso hacen abuso, y que aprovechan la buena voluntad de estos futuros periodistas para mantener un lucrativo negocio consistente en cobrar por difundir información, pero no pagar por obtenerla.
Porque uno puede reconocer que el rendimiento de un recién incorporado no sea el mismo que el de una persona experta. Pero claro, algo hará el muchacho en la redacción, porque si no eso ni son prácticas ni son nada. Si el becario de turno hace algo, este algo puede ser ver cómo trabajan los otros periodistas, acompañarles en su trabajo y observar los métodos de trabajo. Pero resulta que en la práctica ésto no es así. Nuestros amigos los becarios realizan tareas directas de producción en los medios donde realizan las prácticas, lo cual significa que están sacando trabajo. Y este trabajo, ¿qué proporción representa comparado con el que saca un profesional? Es difícil decirlo, pues habría que ponerse de acuerdo en la escala, ¿tal vez un 20, un 50 % del trabajo que haría un profesional? En cualquier caso no es un 0 %; los becarios realizan un trabajo, generan un beneficio mediante su trabajo, y a cambio no es que reciban poco, es que no reciben nada, a veces ni un triste "gracias".
¿Y la universidad, qué opina de esto? Desconozco los motivos que llevan a las universidades del país a una pasividad tan dañina para la profesión como vergonzosa para las instituciones que la practican. Los responsables de las prácticas afirman que éstas son clases fuera del aula, que el alumno va a aprender y no a trabajar, y que las empresas los acogen para formarlos. Sin embargo, enfrentados a la realidad, que dice que los becarios realizan tareas estructurales en las diferentes empresas donde van, no saben ni siquiera reformular el discurso; se encallan, se bloquean en su paraíso de libertad de expresión, donde la prensa es un derecho y no un negocio, donde publicar es una expresión del alma y no un medio para llenar el estómago.
Lo que sucede es que las universidades colaboran activamente en la degradación de la profesión periodística: porque los alumnos van como locos por currar y les dejan picar el anzuelo sin abrir la boca, porque farda mucho con las visitas decir que tenemos mogollón de alumnos currando em mogollón de medios, porque enfrentarse a este modelo supondría enfadarse con muchos amiguetes que tienen el tinglado montado entorno al abuso de lo que debería ser un periodo de aprendizaje, el último y más importante, de una profesión tan indigna y mercenaria como todas las demás.
La presencia de becarios en las redacciones supone una merma tanto en la calidad del trabajo realizado, como en las condiciones laborales de la profesión, pues los empresarios no tienen escrúpulo alguno al preferir a un becario que trabaje gratis y mal frente a un profesional que cobre y lo haga bien. Las universidades pueden hacer mucho más de lo que hacen actualmente para acabar con esta trata de blancas del periodismo, y para comenzar deben reconocer la realidad existente entorno a este trabajo sumergido. Dicen que no les llegan quejas, como si tuviera derecho a quejarse aquel que ni siquiera puede cobrar por el trabajo realizado; el temor a no encontrar trabajo puede más que la defensa de unos derechos que se supone deben proteger las universidades antes que nadie, so pena de convertirse en ETT's del medio. La situación de indefensión en que se encuentran los becarios debe ser afrontada por las facultades so pena de degradar la profesión, con el daño que supondría para las libertades de expresión. Eso, o aceptar que la del periodista es una profesión de segunda que cualquiera puede hacer, con lo cual la existencia de facultades, cátedras y mandangas varias de periodismo y comunicación debería ponerse en duda. Lo que sea, pero esta estafa debe acabar.
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