La gaviota sale a la calle
Sorprendente el vicio que les ha pillado a los del PP por las manifestaciones. Con la del próximo sábado serán tres consecutivas las que habrá realizado el primer partido de la oposición. A este paso les va a salir a cuenta comprar los 200 autobuses que llevan a la sufrida militancia de plaza en plaza, ansiosos por el bocata, la cerveza y las soflamas lanzadas al aire contra Belcebú. Para nada me sorprendería a estas alturas que para el entierro de Jaime Campmany reaparezcan los 200 autobuses cargados de peperos suscritos a esta nueva forma de hacer turismo por la piel de toro.
Es de agradecer el gesto del PP; me refiero al de bajar a la calle, lo que ellos consideran "rebajarse", imagino, porque durante seis décadas han tenido una opinión muy contraria sobre los señores que aprovechan los espacios públicos para decir lo que piensan. Será, supongo, porque ellos no dicen nunca lo que piensan (a ver quién les apoyaba con un eslogan del tipo "vótame porque soy mejor que tú").
Estas manifestaciones sirven, entre otras cosas, para mostrar el entramado social que gira en torno a las hasta hace poco monolíticas siglas del PP. Envueltos en el manto de la unidad de destino en lo universal, han desfilado por las calles de nuestro país los defensores de la mano dura, apretándose los dientes para no gritar "pena de muerte". Les han seguido las masas salmantinas, deseosas de linchamientos públicos, de justicia de la buena, siguiendo si se tercia el manual de la inquisición; porque anda que no es divertido colgar en la plaza a un hereje, y verle palmar con la cara enrojecida y la lengua fuera.
El próximo sábado les toca a los cristianos, aquellos señores que son tan contrarios a la pobreza como a hacer algo serio para erradicarla. En pleno siglo XXI dudo mucho que saquen a las efigies en procesión para bendecir la marcha. Sin embargo aún se baraja la posibilidad de que algunos cargos eclesiásticos acudan en uniforme de trabajo, y como estamos en época de bautizos, quién sabe, a lo mejor les da por practicar el sacramento en la Puerta del Sol.
La siguiente "troupe" que, por lógica, saldrá a apoyar a los señores del pajarraco serán los militares y fuerzas del orden, para a continuación dejar paso a los monárquicos, que también tendrán que decir la suya, imagino, aunque sólo sea por no ser menos que los demás.
El panorama, visto desde fuera, recuerda a esa CEDA que ganara un par de elecciones cuando había democracia en la piel de toro. Setenta años después la cosa sigue igual, y viene a demostrar que en el fondo la derecha se comporta como la izquierda: un contubernio (qué gran palabra) de grupos de presión, asociaciones y colectivos sociales que se soportan más o menos entre sí, y que cuando no se hace lo que ellos quieren se ponen a berrear y a llorar, y si hace falta recuerdan lo del terror rojo y lo que haga falta.
Una cosa diferencia a la izquierda de la derecha. La primera reconoce esta práctica, la del berrinche, incluidos sus defectos, a la par que intenta buscar soluciones para ir mejorando lentamente. La derecha no tiene interés alguno en defender este modelo, pues para ella es sólo un medio para obtener el fin, el poder y la gloria, convencidos como están en que llegará un día en que ellos y sólo ellos tendrán el control que nunca deberían haber abandonado. Así fue en el 36, y así vuelve a ser hoy en día. Históricamente hablando, este comportamiento se encuentra entre la estupidez y el ridículo, por no haber aprendido cuatro lecciones que les habrían ahorrado muchas vergüenzas y, de paso, la vida de algún concejal.
Es de agradecer el gesto del PP; me refiero al de bajar a la calle, lo que ellos consideran "rebajarse", imagino, porque durante seis décadas han tenido una opinión muy contraria sobre los señores que aprovechan los espacios públicos para decir lo que piensan. Será, supongo, porque ellos no dicen nunca lo que piensan (a ver quién les apoyaba con un eslogan del tipo "vótame porque soy mejor que tú").
Estas manifestaciones sirven, entre otras cosas, para mostrar el entramado social que gira en torno a las hasta hace poco monolíticas siglas del PP. Envueltos en el manto de la unidad de destino en lo universal, han desfilado por las calles de nuestro país los defensores de la mano dura, apretándose los dientes para no gritar "pena de muerte". Les han seguido las masas salmantinas, deseosas de linchamientos públicos, de justicia de la buena, siguiendo si se tercia el manual de la inquisición; porque anda que no es divertido colgar en la plaza a un hereje, y verle palmar con la cara enrojecida y la lengua fuera.
El próximo sábado les toca a los cristianos, aquellos señores que son tan contrarios a la pobreza como a hacer algo serio para erradicarla. En pleno siglo XXI dudo mucho que saquen a las efigies en procesión para bendecir la marcha. Sin embargo aún se baraja la posibilidad de que algunos cargos eclesiásticos acudan en uniforme de trabajo, y como estamos en época de bautizos, quién sabe, a lo mejor les da por practicar el sacramento en la Puerta del Sol.
La siguiente "troupe" que, por lógica, saldrá a apoyar a los señores del pajarraco serán los militares y fuerzas del orden, para a continuación dejar paso a los monárquicos, que también tendrán que decir la suya, imagino, aunque sólo sea por no ser menos que los demás.
El panorama, visto desde fuera, recuerda a esa CEDA que ganara un par de elecciones cuando había democracia en la piel de toro. Setenta años después la cosa sigue igual, y viene a demostrar que en el fondo la derecha se comporta como la izquierda: un contubernio (qué gran palabra) de grupos de presión, asociaciones y colectivos sociales que se soportan más o menos entre sí, y que cuando no se hace lo que ellos quieren se ponen a berrear y a llorar, y si hace falta recuerdan lo del terror rojo y lo que haga falta.
Una cosa diferencia a la izquierda de la derecha. La primera reconoce esta práctica, la del berrinche, incluidos sus defectos, a la par que intenta buscar soluciones para ir mejorando lentamente. La derecha no tiene interés alguno en defender este modelo, pues para ella es sólo un medio para obtener el fin, el poder y la gloria, convencidos como están en que llegará un día en que ellos y sólo ellos tendrán el control que nunca deberían haber abandonado. Así fue en el 36, y así vuelve a ser hoy en día. Históricamente hablando, este comportamiento se encuentra entre la estupidez y el ridículo, por no haber aprendido cuatro lecciones que les habrían ahorrado muchas vergüenzas y, de paso, la vida de algún concejal.
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