un puerco ha muerto
Siempre que se habla de dictadores, me vienen tres nombres a la cabeza: Hitler, Mussolini y Franco. El primero se salvó de la humillació extrema sucidándose de alguna forma; el segundo no tuvo tanta suerte, y acabo colgado por las piernas, con las partes pudiendas rebanadas. El tercero, nuestro Paquillo, tomó nota de lo que les había sucedido a los anteriores. Se aferró a la poltrona, no se la jugó ni siquiera cuando le obligaron a ceder incondicionalmente so pena de unirse a África en lugar de Europa.
Pero lo que tienen los miserables es que la historia les condena, y no hay impunidad que valga. A la familia Franco les dolió que se publicara la foto de Paquito intubado hasta por el culo, y no fue sólo por la dignidad de la persona en cuestión. Los dictadores, es lo que tiene, no pueden perder ni un ápice de dignidad, so pena de perderla toda. Cuántos franquistas redomados, al ver la foto del dictador, no dudaron de que esa cosa hubiera actuado “por la gracia de Dios”, que decían las monedas de duro.
Al Pinocho le pasa lo mismo. El cerdo este ha muerto, que la muerte a veces es cosa muy buena y saludable, ahorrándose un juicio formal que en el fondo no era necesario. Sólo con sus actos y declaraciones públicas había suficiente para empalarlo en vida y dejarlo pudriéndose bajo un nido de hormigas rojas. Pero pobre del que crea que con ello ha salvado la dignidad esa que tanto decía importarle (dicen que no valoras las cosas hasta que las pierdes). Pinochet ha muerto encarcelado en su propia casa, ignorado por los poderes fácticos de Chile, que en el mejor de los casos respirarán aliviados por quitarse de encima tamaño engorro. Al resto, a los que sufrieron de una u otra manera una dictadura en toda regla, no les queda más que descorchar un buen vino, esa bebida que se hace como las dictaduras, pisando y exprimiendo.
Quedan para la historia sus actos durante la dictadura, su derrota en las primeras –y únicas- elecciones que convocó siendo jefe de estado, y la cobardía con que huyó una y mil veces de su pasado, significado en los varios procesos que se abrieron contra su persona. Pasarán los años, y en los libros de historia se hablará de un dictador que quiso mantenerse en el poder aún a costa de cometer atrocidades varias, de un tipo infecto que aceptó ejercer de matón a sueldo del dinero para acabar con una democracia y un presidente que lucharon por la dignidad de sus gentes. Se hablará de más de 3.000 muertos, de violaciones, torturas y desapariciones.
Y la historia condenará, porque la historia la escriben los vencedores; y en este caso, como en España, lo vencedores lo han sido después de muertos. Chile, como España, viven hoy más cerca de su sueño que de su pesadilla. La biología no ha hecho más que refrendar un hecho consumado: la derrota de los modelos reaccionarios, el fin de la edad media para todo y para todos, el comienzo de una era que será mejor o peor, pero que algo tendrá de bueno cuando me permite aquí y ahora decir que me alegro muchísimo de la muerte de don Augusto, que ojalá nunca hubiera nacido, que lo único triste de su muerte es que no haya vivido muchos años, intubado como Paco, viendo desaparecer su patético mundo.
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yoyis -