Día de elecciones
El líder se desperezó con la primera luz que se coló por los ventanales. Era el gran día, del que dependía el futuro de su revolución, de la Revolución destinada a cambiar el mundo, a convertirlo en un oasis de paz y prosperidad previo pago de la sangre de los malvados. Eso era algo en marcha, las tropas se hallaban en movimiento desde hacía unos años y los proyectos de futuro seguían en su mente igual de frescos que el primer día.
Sólo un flanco mostraba debilidad en esa mañana. Tras haber asumido el gobierno y puesto en marcha su programa (para lo cual supo aprovecharse del terrible atentado que había convulsionado todo el país unos años antes) ya no podía presentarse ante su pueblo como la impoluta opción de que hablare durante la campaña. El desgaste político le pasaba factura, y los cuantiosos gastos bélicos amenazaban con provocar una crisis interna así como una pérdida de confianza en el gobierno y, especialmente, en su líder.
Sin embargo el líder mantenía la compostura, se sabía al frente de la opción acertada, y veía a su pueblo tras de él, contra viento y marea. Qué eran ante ello cuatro o cinco puntos de menos respecto a las últimas elecciones, más aún cuando el sistema electoral podía "orientarse" debidamente hacia el lado más conveniente. No, era demasiado lo que estaba en juego, y no se podía permitir que una pandilla de catetos destrozaran lo que tanto había costado izar.
El líder salió del palacio para ir a votar. Allí le esperaban los medios de comunicación, el pueblo llano e incluso el grupo folklórico que le regaló un ramo. En lohor de multitudes el líder emitió su voto y soltó su discurso memorizado al dedillo sobre la importancia de la democracia, de la libertad, la paz y por encima de todo de él mismo.
Ese mismo saludo, apacible, convencido, fue el publicado al día siguiente por todos los diarios. No hubieron sorpresas, la propaganda funcionó y cuatro años más libres de ataduras se abrían a sus anchas para realizar su gran proyecto, su gran guerra que impondría un nuevo orden en el que él, el líder, distribuiría su paz a diestro y siniestro con el eterno agradecimiento de sus súbditos.
Aquel noviembre del 38 en que Hitler ganó las elecciones.
Sólo un flanco mostraba debilidad en esa mañana. Tras haber asumido el gobierno y puesto en marcha su programa (para lo cual supo aprovecharse del terrible atentado que había convulsionado todo el país unos años antes) ya no podía presentarse ante su pueblo como la impoluta opción de que hablare durante la campaña. El desgaste político le pasaba factura, y los cuantiosos gastos bélicos amenazaban con provocar una crisis interna así como una pérdida de confianza en el gobierno y, especialmente, en su líder.
Sin embargo el líder mantenía la compostura, se sabía al frente de la opción acertada, y veía a su pueblo tras de él, contra viento y marea. Qué eran ante ello cuatro o cinco puntos de menos respecto a las últimas elecciones, más aún cuando el sistema electoral podía "orientarse" debidamente hacia el lado más conveniente. No, era demasiado lo que estaba en juego, y no se podía permitir que una pandilla de catetos destrozaran lo que tanto había costado izar.
El líder salió del palacio para ir a votar. Allí le esperaban los medios de comunicación, el pueblo llano e incluso el grupo folklórico que le regaló un ramo. En lohor de multitudes el líder emitió su voto y soltó su discurso memorizado al dedillo sobre la importancia de la democracia, de la libertad, la paz y por encima de todo de él mismo.
Ese mismo saludo, apacible, convencido, fue el publicado al día siguiente por todos los diarios. No hubieron sorpresas, la propaganda funcionó y cuatro años más libres de ataduras se abrían a sus anchas para realizar su gran proyecto, su gran guerra que impondría un nuevo orden en el que él, el líder, distribuiría su paz a diestro y siniestro con el eterno agradecimiento de sus súbditos.
Aquel noviembre del 38 en que Hitler ganó las elecciones.
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