Cuando éramos críos
Arafat es uno de esos personajes que "ya estaba" cuando yo nací. Como los Queen, la Coca cola o José Luís Núñez, existen en mis recuerdos desde la más tierna infancia. Es un tipo de aspecto simpático, siempre con el pañuelillo, y sonriendo, y vestido de militar, que eso de pequeños nos impresiona mucho. Es por eso, por formar parte de mi diminuta visión de lo que es el mundo, que su posible muerte me lleva a reflexionar sobre muchas cosas.
El mundo, nuestro mundo, el de los humanos que se saben mortales, se caracteriza principalmente por estar diseñado, realizado y mantenido por otros mortales, todos ellos iguales entre sí. Es algo que a veces se te escapa, y te lleva a creer que ciertas cosas existen de forma natural, que son inevitables, y por eso no dejas de sorprendente cuando ves una de estas cosas desvanecerse, convertirse en polvo, ante tus propios ojos.
Es el caso de Arafat, ese hombrcito que parece que ya naciera abuelo. Siempre ha estado allí, sobreviviendo a un montón de atentados, resistiendo en la cabeza del movimiento (pisando a otros si hacía falta), rodeado de tanques en su miserable cuartel de los últimos años, sin por ello perder la entereza.
Pero ahora el colega está intubado y apunto de espicharla. Los recuerdos que de él guardamos pronto serán pasto de la desmemoria, y pronto dejará de ser el luchador revolucionario para pasar a convertirse en mero motivo decorativo de mecheros y camisetas destinados a progres adolescentes.
Cuando eso sucenda, una parte de lo que es el mundo para aquellos que nacimos a mitad de los 70 desaparecerá para siempre, y nos habremos hecho un poco más viejitos. Supongo que diremos que ya nada será igual, y vendrá después el temor por lo que pueda suceder ahora que el hombre ya no está. Memeces, es cuestión de tiempo que aprendamos a vivir sin él; la vida seguirá aún en el mismo día en que perezca el rais, y descubriremos, tal vez con cierta decepción, que aquellos nombres propios con que habíamos construido nuestro mundo no son más que ilusiones baratas, arrastradas por el tiempo cuando menos lo esperamos, siempre demasiado pronto.
El mundo, nuestro mundo, el de los humanos que se saben mortales, se caracteriza principalmente por estar diseñado, realizado y mantenido por otros mortales, todos ellos iguales entre sí. Es algo que a veces se te escapa, y te lleva a creer que ciertas cosas existen de forma natural, que son inevitables, y por eso no dejas de sorprendente cuando ves una de estas cosas desvanecerse, convertirse en polvo, ante tus propios ojos.
Es el caso de Arafat, ese hombrcito que parece que ya naciera abuelo. Siempre ha estado allí, sobreviviendo a un montón de atentados, resistiendo en la cabeza del movimiento (pisando a otros si hacía falta), rodeado de tanques en su miserable cuartel de los últimos años, sin por ello perder la entereza.
Pero ahora el colega está intubado y apunto de espicharla. Los recuerdos que de él guardamos pronto serán pasto de la desmemoria, y pronto dejará de ser el luchador revolucionario para pasar a convertirse en mero motivo decorativo de mecheros y camisetas destinados a progres adolescentes.
Cuando eso sucenda, una parte de lo que es el mundo para aquellos que nacimos a mitad de los 70 desaparecerá para siempre, y nos habremos hecho un poco más viejitos. Supongo que diremos que ya nada será igual, y vendrá después el temor por lo que pueda suceder ahora que el hombre ya no está. Memeces, es cuestión de tiempo que aprendamos a vivir sin él; la vida seguirá aún en el mismo día en que perezca el rais, y descubriremos, tal vez con cierta decepción, que aquellos nombres propios con que habíamos construido nuestro mundo no son más que ilusiones baratas, arrastradas por el tiempo cuando menos lo esperamos, siempre demasiado pronto.
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