Qué duro es esto de morirse
Lo malo de los tiempos que corren es que todo sucede en directo, y ello impide planear las cosas con calma y reflexión. Por eso las muertes se convierten hoy día en bizarros espectáculos circenses. Hará una semana vi por la tele cómo un cortejo fúnebre era violentamente apartado de sus quehaceres funerarios por un grupo de policías y guardaespaldas que acompañaban a un "personaje público" de visita al cementerio de la Almudena. Así, el incidente se convertía en espectáculo para todos los públicos, y la humillación del hecho se multiplicaba por todos y cada uno de los televisores que veían las imágenes.
Más atrás en el tiempo, aún recuerdo el entierro de Lady Di con toda la patochada que le acompañó. Gracias a los medios de comunicación la muerte de una princesa en un accidente de coche (como otra de años atrás) se convirtió en una historia de bajos fondos, con carreras nocturnas, amantes, robo de joyas por parte de los servicios de urgencia, e incluso ostias entre paparazzis por fotografiar la pierna de la Di, que tengo todo el cuerpo pero me falta ese detalle.
Qué diferencia con lo que sucedió con la madre Teresa de Calcuta. Cuando esta mujer decidió morir, ninguna cámara estuvo a su lado, nadie la vió desmoronarse físicamente, ni a los miembros de su comunidad repartirse los restos sin vergüenza alguna; esas cosas que suelen pasar cuando alguien muere, y que tras un halo de civismo esconden nuestra más primaria esencia. La santa Teresa esta murió como debe morir todo el mundo, haciendo un mutis, como quien va al lavabo y ahora vuelve, pero sin volver. Luego los funerales de estado fueron una gozada, y de los chismorreos sobre su muerte, ya se encargarán en los años venideros, que el tiempo habrá difuminado límites y los charlatanes soltarán lastre. El atraso tecnológico de la India supuso, en este caso, un avance en derechos y dignidad.
No pasará lo mismo con la muerte de Arafat. Ahora su mujer dice que el gobierno palestino quiere matarlo y no se qué más cosas, que ella quiere mucho a su marido (que la ha hecho inmensamente rica) y que aquí todos son muy, muy malos. Al nada de oír esto el gobierno Sharon, que a ruindades no hay quien le gane, se ha apuntado a apoyar a esta señora, a meter cizaña para que la ANP quede desprestigiada, Al Fatah salga reforzada y el Likud pueda ganar otras elecciones por un precio miserable -¿a cuánto cotiza el kilo de israelí muerto?.
Mientras tanto, siguen las noticias sobre su estado de salud, que si es un vegetal, que si es un mineral. Si tarda en palmarla tendremos a expertos hablando por la tele y mostrando fotos de otras personas igual de jodidas que el rais, pero no lo suficientemente importantes como para preservar su intimidad. De paso tirarán de otros hilos, como el familiar, y buscarán los líos, el hijo fumador de marihuana e incluso el tatarabuelo de tics fascistas que da tanta cancha para poner a parir a un desgraciado con el objetivo de minar sus ideas y principios. Los judíos ortodoxos (es decir, los nazis del judaísmo) estarán ahora mismo chapoteando como niños entre toda la mierda que ya se imaginan salpicando por doquier la imagen (de Arafat tambien se hacen camisetas) que más odian, la que por 40 años ha colgado de sus hombros como Sanbenito para recordar al mundo que los hijos del genocidio, aparentemente al menos, perdieron la piedad en Auschwitz.
Esas imágenes, esos brindis por la muerte de alguien, esas crueldades y vilezas humanas que se practican en todas las comunidades humanas, salen ahora a relucir por todo lo alto. ¿Habría habido transición en nuestro país, si TVE hubiese pasado imágenes de gente brindando por la muerte de Franco? Aunque muchos se entesten en lo contrario, los humanos somos, ante todo, animales, y como tales nos comportamos en todo, si bien eso que llamamos "civilización" actúa como barniz opaco que oculta ésta nuestra condición de primates mamíferos. En los momentos críticos, que nos superan, es cuando más sale a la luz nuestro instinto primario, el gruñido del chimpancé depilado. Pero en vez de hacer como con todo lo demás -comer con cubiertos, firmar contratos o fagocitar discretamente- con la muerte parece que no hay piedad, y se muestra con toda la crudeza de sus hechos, y a veces incluso de sus imágenes.
Aunque no se por qué me sorprendo tanto; hace unos años cierto presidente de un poderoso país vió como un lío de faldas de una mañana tonta se convertía en el primer tema de su agenda, sobre el cual tenía que declarar y redactar informes oficiales con sello y firma; y eso que el paisa dirigía un país, no una cadena de TV. Vivimos en la era del gilipollismo.
Más atrás en el tiempo, aún recuerdo el entierro de Lady Di con toda la patochada que le acompañó. Gracias a los medios de comunicación la muerte de una princesa en un accidente de coche (como otra de años atrás) se convirtió en una historia de bajos fondos, con carreras nocturnas, amantes, robo de joyas por parte de los servicios de urgencia, e incluso ostias entre paparazzis por fotografiar la pierna de la Di, que tengo todo el cuerpo pero me falta ese detalle.
Qué diferencia con lo que sucedió con la madre Teresa de Calcuta. Cuando esta mujer decidió morir, ninguna cámara estuvo a su lado, nadie la vió desmoronarse físicamente, ni a los miembros de su comunidad repartirse los restos sin vergüenza alguna; esas cosas que suelen pasar cuando alguien muere, y que tras un halo de civismo esconden nuestra más primaria esencia. La santa Teresa esta murió como debe morir todo el mundo, haciendo un mutis, como quien va al lavabo y ahora vuelve, pero sin volver. Luego los funerales de estado fueron una gozada, y de los chismorreos sobre su muerte, ya se encargarán en los años venideros, que el tiempo habrá difuminado límites y los charlatanes soltarán lastre. El atraso tecnológico de la India supuso, en este caso, un avance en derechos y dignidad.
No pasará lo mismo con la muerte de Arafat. Ahora su mujer dice que el gobierno palestino quiere matarlo y no se qué más cosas, que ella quiere mucho a su marido (que la ha hecho inmensamente rica) y que aquí todos son muy, muy malos. Al nada de oír esto el gobierno Sharon, que a ruindades no hay quien le gane, se ha apuntado a apoyar a esta señora, a meter cizaña para que la ANP quede desprestigiada, Al Fatah salga reforzada y el Likud pueda ganar otras elecciones por un precio miserable -¿a cuánto cotiza el kilo de israelí muerto?.
Mientras tanto, siguen las noticias sobre su estado de salud, que si es un vegetal, que si es un mineral. Si tarda en palmarla tendremos a expertos hablando por la tele y mostrando fotos de otras personas igual de jodidas que el rais, pero no lo suficientemente importantes como para preservar su intimidad. De paso tirarán de otros hilos, como el familiar, y buscarán los líos, el hijo fumador de marihuana e incluso el tatarabuelo de tics fascistas que da tanta cancha para poner a parir a un desgraciado con el objetivo de minar sus ideas y principios. Los judíos ortodoxos (es decir, los nazis del judaísmo) estarán ahora mismo chapoteando como niños entre toda la mierda que ya se imaginan salpicando por doquier la imagen (de Arafat tambien se hacen camisetas) que más odian, la que por 40 años ha colgado de sus hombros como Sanbenito para recordar al mundo que los hijos del genocidio, aparentemente al menos, perdieron la piedad en Auschwitz.
Esas imágenes, esos brindis por la muerte de alguien, esas crueldades y vilezas humanas que se practican en todas las comunidades humanas, salen ahora a relucir por todo lo alto. ¿Habría habido transición en nuestro país, si TVE hubiese pasado imágenes de gente brindando por la muerte de Franco? Aunque muchos se entesten en lo contrario, los humanos somos, ante todo, animales, y como tales nos comportamos en todo, si bien eso que llamamos "civilización" actúa como barniz opaco que oculta ésta nuestra condición de primates mamíferos. En los momentos críticos, que nos superan, es cuando más sale a la luz nuestro instinto primario, el gruñido del chimpancé depilado. Pero en vez de hacer como con todo lo demás -comer con cubiertos, firmar contratos o fagocitar discretamente- con la muerte parece que no hay piedad, y se muestra con toda la crudeza de sus hechos, y a veces incluso de sus imágenes.
Aunque no se por qué me sorprendo tanto; hace unos años cierto presidente de un poderoso país vió como un lío de faldas de una mañana tonta se convertía en el primer tema de su agenda, sobre el cual tenía que declarar y redactar informes oficiales con sello y firma; y eso que el paisa dirigía un país, no una cadena de TV. Vivimos en la era del gilipollismo.
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