Visca el Barça
Ya falta poco para el gran día, muy poco. Supongo que este año podremos verlo por la tele, el sábado noche agarrados al sofá, con los ojos inyectados en sangre y la mente fija en el tapete moteado con 25 pequeñas manchas informes dispuestas a hacernos vibrar. Dicen que en la constitución europea quieren poner no se qué estupidez de las raíces cristianas de europa, las mismas raíces que no estaban en los enfrentamientos entre el papa y el emperador, las que ni aparecieron en las guerras de religión, las raíces que intentaron frenar la revolución francesa, las mismas raices que se hicieron el sueco cuando lo de Auschwitz y el uso de carburantes ilegales.
Cuánta hipocresía, cuántos telones debemos poner tras de nosotros para aparentar eso que llaman civilización. No, falso, mentira; la auténtica civilización, el verdadero progreso lo veremos este sábado por la tele, en directo desde Barcelona para toda Europa y buena parte del resto del mundo. Aquello que hacían los romanos de soltar lo más cafre de su imperio y exteriores al ruedo para que se masacraran entre ellos; el espectáculo que mantuvo al populacho contento y feliz mientras su emperador se dedicaba a conquistar nuevas tierras y barrer para casa. Mientras la iglesia apelaba al miedo y la amenaza para llenar sus iglesias todos los domingos, el circo se mantenía por pura y simple aclamación popular. Y hoy día, mientras los templos defallecen y los dioses se desinflan, aún podemos ver el coliseo a reventar de plebe, hombres y mujeres, niños y ancianos, dispuestos a quedarse afónicos por el mero gustazo de soltarse la melena.
Ante un Barça·Madrid bien podría decirse algo parecido a lo de Napoleón al ver las pirámides: "desde este estadio 4000 años nos contemplan". El choque, el enfrentamiento entre facciones por el territorio está en el origen de nuestra condición humana. Sin enfrentamiento no cabría la pregunta de qué tengo yo que me diferencie de él, no existiría el individuo, sólo el grupo. Los animales suelen vivir en comunidades separadas y hacen su vida, pero no se cruzan entre ellos, y cuando lo hacen suele ser para que uno de los dos desaparezca. Entre las personas, como la intercomunicación está al orden del día, se han buscado otros métodos más "civilizados", pero que no pierdan la esencia del choque entre clanes, el "aquí mando yo" que ha regido nuestros destinos desde que íbamos en taparrabos.
Es por esa necesidad primaria de enfrentamiento con el otro, con el desconocido, que el fútbol se mantiene vivito y coleando a un siglo de su nacimiento. No ha requerido más que un librito de normas bien sencillo, y no han sido necesarios engaños masivos ni hambrunas colectivas para implantarlo. En esta religión del balompié cada cual tiene sus Apolos, sus Dianas e incluso sus Lares que lo acompañan allí donde vaya. Desde pequeños disfrutamos de deidades a todo color, cuyos milagros están grabados en video y podemos ver una y otra vez sin cansarnos, sin dudar de su existencia. Pelé es dios porqué marcó 1000 goles, Romario porque le metió 3 al Madrid, Koeman porque chutaba balones a 110 km/h. Así de fácil, sin cirios ni viernes santo ni ná de na, puedes subirte al tren de esta religión, la única verdadera que queda en Europa diga lo que diga la constitución.
Por eso es tan importante el partido de este sábado. Durante un par de horas decenas de millones de fieles desempolvaremos nuestra fe y la pondremos sobre el altar del televisor; contemplaremos anonadados a nuestros dioses enfrentándose en la arena del Olimpo y nos extasiaremos ante ellos, triunfen o sean derrotados. Durante un par de horas rememoraremos lo que sentían nuestros antepasados al matar bisontes de dos toneladas, o al decapitar a 30.000 ricachondos de una tacada y sin despeinarse. Recordaremos que Europa nació a ostias, y que siempre ha vivido así, aunque 50 añitos de paz den a algunos la coba suficiente para hablar de mundos bonitos llenos de florecitas. Nanay, el único avance que se ha logrado es que ahora a los gladiadores no se les mata, siguen vivos y así podemos rajar de ellos durante toda la semana, que eso con los muertos como que no tiene gracia. Por lo demás, lo dicho, que las raíces del continente no tienen nada que ver con la cruz y la Biblia, y sí mucho con el pilum y la guillotina.
Y quien no lo crea, que pase el sábado y vea, que tras cuatro milenios seguimos siendo mayoría.
Cuánta hipocresía, cuántos telones debemos poner tras de nosotros para aparentar eso que llaman civilización. No, falso, mentira; la auténtica civilización, el verdadero progreso lo veremos este sábado por la tele, en directo desde Barcelona para toda Europa y buena parte del resto del mundo. Aquello que hacían los romanos de soltar lo más cafre de su imperio y exteriores al ruedo para que se masacraran entre ellos; el espectáculo que mantuvo al populacho contento y feliz mientras su emperador se dedicaba a conquistar nuevas tierras y barrer para casa. Mientras la iglesia apelaba al miedo y la amenaza para llenar sus iglesias todos los domingos, el circo se mantenía por pura y simple aclamación popular. Y hoy día, mientras los templos defallecen y los dioses se desinflan, aún podemos ver el coliseo a reventar de plebe, hombres y mujeres, niños y ancianos, dispuestos a quedarse afónicos por el mero gustazo de soltarse la melena.
Ante un Barça·Madrid bien podría decirse algo parecido a lo de Napoleón al ver las pirámides: "desde este estadio 4000 años nos contemplan". El choque, el enfrentamiento entre facciones por el territorio está en el origen de nuestra condición humana. Sin enfrentamiento no cabría la pregunta de qué tengo yo que me diferencie de él, no existiría el individuo, sólo el grupo. Los animales suelen vivir en comunidades separadas y hacen su vida, pero no se cruzan entre ellos, y cuando lo hacen suele ser para que uno de los dos desaparezca. Entre las personas, como la intercomunicación está al orden del día, se han buscado otros métodos más "civilizados", pero que no pierdan la esencia del choque entre clanes, el "aquí mando yo" que ha regido nuestros destinos desde que íbamos en taparrabos.
Es por esa necesidad primaria de enfrentamiento con el otro, con el desconocido, que el fútbol se mantiene vivito y coleando a un siglo de su nacimiento. No ha requerido más que un librito de normas bien sencillo, y no han sido necesarios engaños masivos ni hambrunas colectivas para implantarlo. En esta religión del balompié cada cual tiene sus Apolos, sus Dianas e incluso sus Lares que lo acompañan allí donde vaya. Desde pequeños disfrutamos de deidades a todo color, cuyos milagros están grabados en video y podemos ver una y otra vez sin cansarnos, sin dudar de su existencia. Pelé es dios porqué marcó 1000 goles, Romario porque le metió 3 al Madrid, Koeman porque chutaba balones a 110 km/h. Así de fácil, sin cirios ni viernes santo ni ná de na, puedes subirte al tren de esta religión, la única verdadera que queda en Europa diga lo que diga la constitución.
Por eso es tan importante el partido de este sábado. Durante un par de horas decenas de millones de fieles desempolvaremos nuestra fe y la pondremos sobre el altar del televisor; contemplaremos anonadados a nuestros dioses enfrentándose en la arena del Olimpo y nos extasiaremos ante ellos, triunfen o sean derrotados. Durante un par de horas rememoraremos lo que sentían nuestros antepasados al matar bisontes de dos toneladas, o al decapitar a 30.000 ricachondos de una tacada y sin despeinarse. Recordaremos que Europa nació a ostias, y que siempre ha vivido así, aunque 50 añitos de paz den a algunos la coba suficiente para hablar de mundos bonitos llenos de florecitas. Nanay, el único avance que se ha logrado es que ahora a los gladiadores no se les mata, siguen vivos y así podemos rajar de ellos durante toda la semana, que eso con los muertos como que no tiene gracia. Por lo demás, lo dicho, que las raíces del continente no tienen nada que ver con la cruz y la Biblia, y sí mucho con el pilum y la guillotina.
Y quien no lo crea, que pase el sábado y vea, que tras cuatro milenios seguimos siendo mayoría.
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