La píldora roja
Hugo ha venido a visitarnos. Ese hijo de su tierra y su tiempo ha aterrizado con esa pompa que tanto necesitan los dirigentes de los estados no consolidados. Es un tipo listo, bajito, gordete y con cara de tonto. Tiene unos morros enormes y no se cansa de reír y dar besos a los niños, en unas actuaciones dignas del mismísimo Lerroux, que parecen extraídas del manual del buen político de los años 50. Pero, como digo, es un tipo listo. Lo suficiente para hacerse perdonar una intentona de golpe de estado, para superar unas cuantas elecciones, una huelga general financiada por la patronal e incluso un golpe de estado contra su gobierno que fue aplaudido por los gobiernos de medio mundo. ¿Quién le ayudó en estas empresas? ¿el bloque del este? ¿los judeocomunistas? ¿tal vez fueron los médicos cubanos? En la situación presente es fácil constatar que Hugo está donde está porque es un tipo listo.
Sirva de confirmación a estas palabras su primer gesto nada más pisar la piel de toro: una visita a la estación de Atocha, y un espontáneo(?) baño de masas en su interior. Rodeado de "el pueblo", como Aquiles oculto en el caballo, Hugo salió ante las cámaras libre del sambenito terrorista. Encima dijo que el gobierno Zapatero era "revolucionario", y a continuación se fue alegre y contento a ver al amigo Cuevas en la sede de la CEOE, a pedir dinerito para su país a cambio del rico petróleo nacionalizado.
¿Cómo llega un tipo así a presidir un país? Bueno, la realidad siempre supera a la ficción. Quien quiera ver un accidente en ello no hace sino escurrir el bulto, ignorar el tumor que afecta a su país, cuyo origen no es la bolvarianitis, como muchos querrían, sino el más viejo y conocido mal de la oligarquitis, tan dañino para sus enfermos, más aún para los que les rodean. Ignorante como soy de la historia de Venezuela, no puedo mirar atrás, en el origen de la infección, aunque el olor es común a otros casos más investigados por el menda: clase alta todopoderosa, situaciones de explotación esclavista mantenidos hasta prácticamente la actualidad, actualización de instrumentos e ideas (el fuego y la técnica) sólo para una clase social, demográficamente insignificante, y convicción de que las cosas se pueden -y deben- arreglar a ostias. Ni un paso atrás, no vamos a ceder, estos derechos los ganaron nuestros tatarabuelos para nosotros y nadie más.
En resumen, egoísmo llevado a niveles sociológicos, una clase social cerrada y endógena cuyo único concepto de estado es aquél que les permite vivir rodeados de policias pagando el mínimo de impuestos. Siguiendo la política inversa de los guetos, estos señores optan por encerrarse ellos en barrios de súperlujo, el mismo que necesitan para olvidar que no pueden salir de ellos. En lugar de aceptar su condición de iguales con "la chusma", mantienen la opción aristocrática como ya lo hiciera Luís XVI, quien prefirió abandonar de incógnito su propio país antes que aceptar un pacto con los burgueses, la chusma de entonces, el populacho odioso, iletrado, que no sabe quién es Haendel y se ha comprado un Caravaggio, él que no es noble, y quiere meterse en política! él que no es nadie ni tiene nadie en su familia que haya combatido en alguna batalla famosa, o haya exterminado sin piedad a algún enemigo de la patria.
La vida gira, y esa burguesía atrevida del XVIII cruzó el charco y se puso a criar barriga en poltrona vieja, la venezola, a imagen y semejanza de aquellos a los que en su día destronó. Reinstauró el derecho de pernada, mandó construir sus palacetes y, a falta de carrozas de seis caballos, optó por importar coches de lujo a manta, mientras el 80% de "su reino" seguía a pie bajo la lluvia, pillando la fiebre amarilla y construyendo chabolas de uralita. Pero he aquí que la plebe, como antes hiciera la burguesía, ha aprovechado su fisurilla de poder para joder -y bien jodida- a estos reyezuelos de la costa atlántica que poco tienen que envidiar al amigo Calígula. Como los tiempos corren para todos, ni sus dólares han podido evitar que aquéllos que nada tienen que perder voten por la opción más arriesgada, más desconocida y más freak de todas las que habían. Lo han apostado todo al rojo con la tranquilidad de que si sale el negro simplemente seguirán como están.
Y el rojo ha ganado. Estamos en el siglo XXI, y los estados que quieren llamarse democracias ya no pueden guillotinar a mansalva ni confiscar como locos, pero sí se pueden nacionalizar los bienes naturales, crear un sistema de protección policial igualitario (qué mala leche) e incluso gastar los millones de dólares que antes se iban en yates de lujo y viajes turísticos por Europa en médicos cubanos, castristas, anticapitalistas, lavadores de cerebros, sin medicinas en los bolsillos, pero médicos, al fin y al cabo, que donde no había nada ahora hay algo, por muy malo que sea.
Y a eso se dedica Huguito, a repartir cuadernos entre los analfabetos, comida entre los hambrientos, y todos los tópicos populistas que quieran recordar, incluido el de rodearse de una pompa oriental, uniforme militar incluído, que sería la envidia de cualquier Sultán. El pueblo en su mayor parte pasa de él, como siempre ha sido, mientras otro sector seguro que se lo pasa bomba viendo al coleguilla haciendo el indio por la tele cada día. La aristocracia, mientras planea su Termidor, llora los años que nunca volverán y teme perder sus bienes, tanto físicos como materiales, en manos de la nueva comandancia. Está bien que sepan lo que es eso, el miedo, durante una buena temporada; así cuando vuelvan al poder -que volverán sin duda- tal vez lo hagan de una forma diferente, menos ruin, menos cobarde y traidora que hasta ahora. Es lo mejor que podemos esperar del tratamiento de shock del doctor Chávez.
Sirva de confirmación a estas palabras su primer gesto nada más pisar la piel de toro: una visita a la estación de Atocha, y un espontáneo(?) baño de masas en su interior. Rodeado de "el pueblo", como Aquiles oculto en el caballo, Hugo salió ante las cámaras libre del sambenito terrorista. Encima dijo que el gobierno Zapatero era "revolucionario", y a continuación se fue alegre y contento a ver al amigo Cuevas en la sede de la CEOE, a pedir dinerito para su país a cambio del rico petróleo nacionalizado.
¿Cómo llega un tipo así a presidir un país? Bueno, la realidad siempre supera a la ficción. Quien quiera ver un accidente en ello no hace sino escurrir el bulto, ignorar el tumor que afecta a su país, cuyo origen no es la bolvarianitis, como muchos querrían, sino el más viejo y conocido mal de la oligarquitis, tan dañino para sus enfermos, más aún para los que les rodean. Ignorante como soy de la historia de Venezuela, no puedo mirar atrás, en el origen de la infección, aunque el olor es común a otros casos más investigados por el menda: clase alta todopoderosa, situaciones de explotación esclavista mantenidos hasta prácticamente la actualidad, actualización de instrumentos e ideas (el fuego y la técnica) sólo para una clase social, demográficamente insignificante, y convicción de que las cosas se pueden -y deben- arreglar a ostias. Ni un paso atrás, no vamos a ceder, estos derechos los ganaron nuestros tatarabuelos para nosotros y nadie más.
En resumen, egoísmo llevado a niveles sociológicos, una clase social cerrada y endógena cuyo único concepto de estado es aquél que les permite vivir rodeados de policias pagando el mínimo de impuestos. Siguiendo la política inversa de los guetos, estos señores optan por encerrarse ellos en barrios de súperlujo, el mismo que necesitan para olvidar que no pueden salir de ellos. En lugar de aceptar su condición de iguales con "la chusma", mantienen la opción aristocrática como ya lo hiciera Luís XVI, quien prefirió abandonar de incógnito su propio país antes que aceptar un pacto con los burgueses, la chusma de entonces, el populacho odioso, iletrado, que no sabe quién es Haendel y se ha comprado un Caravaggio, él que no es noble, y quiere meterse en política! él que no es nadie ni tiene nadie en su familia que haya combatido en alguna batalla famosa, o haya exterminado sin piedad a algún enemigo de la patria.
La vida gira, y esa burguesía atrevida del XVIII cruzó el charco y se puso a criar barriga en poltrona vieja, la venezola, a imagen y semejanza de aquellos a los que en su día destronó. Reinstauró el derecho de pernada, mandó construir sus palacetes y, a falta de carrozas de seis caballos, optó por importar coches de lujo a manta, mientras el 80% de "su reino" seguía a pie bajo la lluvia, pillando la fiebre amarilla y construyendo chabolas de uralita. Pero he aquí que la plebe, como antes hiciera la burguesía, ha aprovechado su fisurilla de poder para joder -y bien jodida- a estos reyezuelos de la costa atlántica que poco tienen que envidiar al amigo Calígula. Como los tiempos corren para todos, ni sus dólares han podido evitar que aquéllos que nada tienen que perder voten por la opción más arriesgada, más desconocida y más freak de todas las que habían. Lo han apostado todo al rojo con la tranquilidad de que si sale el negro simplemente seguirán como están.
Y el rojo ha ganado. Estamos en el siglo XXI, y los estados que quieren llamarse democracias ya no pueden guillotinar a mansalva ni confiscar como locos, pero sí se pueden nacionalizar los bienes naturales, crear un sistema de protección policial igualitario (qué mala leche) e incluso gastar los millones de dólares que antes se iban en yates de lujo y viajes turísticos por Europa en médicos cubanos, castristas, anticapitalistas, lavadores de cerebros, sin medicinas en los bolsillos, pero médicos, al fin y al cabo, que donde no había nada ahora hay algo, por muy malo que sea.
Y a eso se dedica Huguito, a repartir cuadernos entre los analfabetos, comida entre los hambrientos, y todos los tópicos populistas que quieran recordar, incluido el de rodearse de una pompa oriental, uniforme militar incluído, que sería la envidia de cualquier Sultán. El pueblo en su mayor parte pasa de él, como siempre ha sido, mientras otro sector seguro que se lo pasa bomba viendo al coleguilla haciendo el indio por la tele cada día. La aristocracia, mientras planea su Termidor, llora los años que nunca volverán y teme perder sus bienes, tanto físicos como materiales, en manos de la nueva comandancia. Está bien que sepan lo que es eso, el miedo, durante una buena temporada; así cuando vuelvan al poder -que volverán sin duda- tal vez lo hagan de una forma diferente, menos ruin, menos cobarde y traidora que hasta ahora. Es lo mejor que podemos esperar del tratamiento de shock del doctor Chávez.
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