Hasta la próxima
Escribo mi último artículo hasta el próximo año, que aunque parezca méntira, será el 2005. Me se más viejo, porque estoy más desencantando que el año anterior por estas fechas. Si mal no recuerdo, utilizamos para contabilizar el tiempo el calendario gregoriano, debidamente adaptado a los tiempos que corren. Éste, a su vez, proviene del calendario romano instaurado por el emperador Augusto, ese enclenque jovencillo que tuvo el raro placer de convertirse en verdadero amo del mundo sólo por ser hijo -sobrino, mejor dicho- de quien era. En aquellos tiempos los calendarios se hacían en función de las estaciones, marcados intensamente por el ritmo de las cosechas y demas tareas del agro. Es enternecedor ver que esta idea del tiempo humano asociado a los avatares de la naturaleza se mantiene hoy día, cuando sólo un 4 % de la población se ve directamente afectada por ella. Para el resto de los mortales el desapego es notable; nuestro contacto con la tierra de la que venimos y a la que volveremos se reduce a las tarifas del aire acondicionado, el fin de semana -playa o montaña- y la ropa que nos pondremos y que, dentro de tres o cuatro meses, cambiaremos por otra nueva aunque la del año pasado nos siga valiendo.
El añó que viene tendremos móviles que nos enseñarán la imagen de la persona que nos habla desde el otro lado, y los casquetes polares irán camino de encontrarse con el mamut, el rinoceronte lanudo, los verdes prados de Oriente Medio o el gran mar que cubría Montserrat y alrededores. Supongo que se hablará más -un poquito más- de lo que vendrá después del petroleo y sus derivados. Asímismo, veremos morir a unos cuantos colegas más, gente que creíamos inmortal porque ya estaban allí cuando nacimos. Espero no seguir por aquí cuando este proceso se complete, porque cada uno ha nacido para vivir en su entorno, y no en ningún otro, mal que les pese a muchos soñadores de mundos irreales.
Imagino que los próximos 300 días y pico pasarán igual de rápido que éstos, y cuando se hayan acabado seguro que volverá a nosotros el sinsabor del tiempo perdido por pasado, irrecuperable por mucho que pretendamos lo contrario. Cada día es único, cada mañana sale un Sol distinto, aunque nosotros, miserable atajo de partículas pululando sobre una bola de escoria y polvo estelar, no sabemos ver la diferencia, y llamamos del mismo modo al astro que emergió el lunes que al que se despidió de nosotros el jueves. Seguiremos dando valor a las cosas que no lo tienen, y otros seguirán con su empeño en hacernos ver que todo es un engaño, como si no lo supiéramos, como si no quisiéramos otra cosa que engañarnos de una forma u otra, vacuna humana para el pecado de Adán y Eva.
La celebración de la navidad, la reunión de la familia bajo un mismo techo, tiene un origen tan mundano como el ciclo estacional, y por eso cada vez tiene menos justificaciones. El consumismo la ha salvado hasta ahora, aunque no se sabe por cuánto tiempo logrará mantenerse esta celebración en nuestros calendarios. Tal vez en unas décadas los retoños no tendrán ni idea de qué narices es esto de los turrones, las campanadas y el abuelo bailando la jota en calzoncillos sobre la mesa del comedor. Para los bobos que sigan creyendo en el espíritu navideño darles mi más sincero apoyo, aunque nos llenen las calles de papás noel ex·alcohólicos y estridentes adornos navideños. Si así son felices, por mí que no se diga. Para el resto de tontiprogres que como el menda sólo saben ver estas fechas como vacaciones, paga extra (para quien la tenga) y mil excusas para no ir a las comilonas familiares, ánimo, a beber y a follar que son dos días, como decían unos colegas del tren.
Para terminar estos párrafos de sentimentalismo barato, quisiera brindar por esta vida que es redonda y da vueltas, por esas guerras que adornan nuestros televisores, por las crisis que nos amenazan constantemente, por el libre mercado que siempre tiene todas las soluciones, por los posmodernistas que con sus gilipolleces nos permiten contradecirles inventando un pasado más bello aunque igual de ficticio, por Lenin y el socialismo, que cada vez está más cerca de Alejandro Magno y más lejos de Felipe González, por el Papa que cada vez se muere más, y con él su amada iglesia. También por Lady Di, que este año ha tenido a bien no morirse, y nos ha ahorrado muchos cleenex, por Harry Potter por lograr hacer leer a la generacion de la Play Station; por Pinochet, que no acepta la digna salida del suicidio y se mantiene vivito y babeando para mayor goce de los que quieren verle sufrir hasta el último minuto. Por JoseMari, que ha recuperado el ostracismo y nos ha librado de su incordiante presencia. Por Bill Gates, por Rupert Murdoch, por Emilio Botín e incluso por Manuel Fraga, todos aquellos que aún teniendo la vida solucionada siguen dando caña en el escenario, haciendo el payaso cada día para hacernos creer que el destino de los hombres está en sus manos, y no en las fuerzas aleatorias de la naturaleza, que todo lo crean y lo destruyen (y si no que se lo digan a los dinosaurios).
Hasta la próxima ida de olla.
El añó que viene tendremos móviles que nos enseñarán la imagen de la persona que nos habla desde el otro lado, y los casquetes polares irán camino de encontrarse con el mamut, el rinoceronte lanudo, los verdes prados de Oriente Medio o el gran mar que cubría Montserrat y alrededores. Supongo que se hablará más -un poquito más- de lo que vendrá después del petroleo y sus derivados. Asímismo, veremos morir a unos cuantos colegas más, gente que creíamos inmortal porque ya estaban allí cuando nacimos. Espero no seguir por aquí cuando este proceso se complete, porque cada uno ha nacido para vivir en su entorno, y no en ningún otro, mal que les pese a muchos soñadores de mundos irreales.
Imagino que los próximos 300 días y pico pasarán igual de rápido que éstos, y cuando se hayan acabado seguro que volverá a nosotros el sinsabor del tiempo perdido por pasado, irrecuperable por mucho que pretendamos lo contrario. Cada día es único, cada mañana sale un Sol distinto, aunque nosotros, miserable atajo de partículas pululando sobre una bola de escoria y polvo estelar, no sabemos ver la diferencia, y llamamos del mismo modo al astro que emergió el lunes que al que se despidió de nosotros el jueves. Seguiremos dando valor a las cosas que no lo tienen, y otros seguirán con su empeño en hacernos ver que todo es un engaño, como si no lo supiéramos, como si no quisiéramos otra cosa que engañarnos de una forma u otra, vacuna humana para el pecado de Adán y Eva.
La celebración de la navidad, la reunión de la familia bajo un mismo techo, tiene un origen tan mundano como el ciclo estacional, y por eso cada vez tiene menos justificaciones. El consumismo la ha salvado hasta ahora, aunque no se sabe por cuánto tiempo logrará mantenerse esta celebración en nuestros calendarios. Tal vez en unas décadas los retoños no tendrán ni idea de qué narices es esto de los turrones, las campanadas y el abuelo bailando la jota en calzoncillos sobre la mesa del comedor. Para los bobos que sigan creyendo en el espíritu navideño darles mi más sincero apoyo, aunque nos llenen las calles de papás noel ex·alcohólicos y estridentes adornos navideños. Si así son felices, por mí que no se diga. Para el resto de tontiprogres que como el menda sólo saben ver estas fechas como vacaciones, paga extra (para quien la tenga) y mil excusas para no ir a las comilonas familiares, ánimo, a beber y a follar que son dos días, como decían unos colegas del tren.
Para terminar estos párrafos de sentimentalismo barato, quisiera brindar por esta vida que es redonda y da vueltas, por esas guerras que adornan nuestros televisores, por las crisis que nos amenazan constantemente, por el libre mercado que siempre tiene todas las soluciones, por los posmodernistas que con sus gilipolleces nos permiten contradecirles inventando un pasado más bello aunque igual de ficticio, por Lenin y el socialismo, que cada vez está más cerca de Alejandro Magno y más lejos de Felipe González, por el Papa que cada vez se muere más, y con él su amada iglesia. También por Lady Di, que este año ha tenido a bien no morirse, y nos ha ahorrado muchos cleenex, por Harry Potter por lograr hacer leer a la generacion de la Play Station; por Pinochet, que no acepta la digna salida del suicidio y se mantiene vivito y babeando para mayor goce de los que quieren verle sufrir hasta el último minuto. Por JoseMari, que ha recuperado el ostracismo y nos ha librado de su incordiante presencia. Por Bill Gates, por Rupert Murdoch, por Emilio Botín e incluso por Manuel Fraga, todos aquellos que aún teniendo la vida solucionada siguen dando caña en el escenario, haciendo el payaso cada día para hacernos creer que el destino de los hombres está en sus manos, y no en las fuerzas aleatorias de la naturaleza, que todo lo crean y lo destruyen (y si no que se lo digan a los dinosaurios).
Hasta la próxima ida de olla.
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