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Vuelta a empezar

Se ha acabado, el tema ha dado para diez días, no más. Ese es el tiempo que han durado los 150.000 muertos del maremoto en nuestras retinas. Ha sido todo un espectáculo, y no pocos habrán sufrido traumas profundos como el de Voltaire, que renunció a su afirmación de que vivía en un mundo perfecto al tener noticias del terremoto de Lisboa. Y es que la naturaleza tiene esas cosas, que te pone en tu sitio con apenas chasquear sus dientes. No se si caben las comparaciones en estos casos, sin embargo da qué pensar el poner frente a frente estos muertos con los cadáveres vecinos de las calles de Bagdad. Hablan de más de cien mil muertos; me pregunto de dónde sacarán esa cifra, si habrá un responsable oficial de tan macabra suma, tal como los hay de masturbar a los cerdos, o adecentar los cadáveres antes de mostrarlos a la familia. ¿Malos oficios? quien afirma tal cosa olvida que lo malo es la vida, pero es más fácil vivir odiando al mensajero.

La cifra es espantosa, y las consecuencias del maremoto de una magnitud bíblica. La leyenda del arca de Noé, dicen, tiene un trasfondo cierto. Hace miles de años el Bósforo era un puente de tierra que encerraba las aguas del Mediterráneo por el noreste; hasta que un día el paso tembló, las milenarias piedras comenzaron a resquebrajarse y nació el estrecho que conocemos hoy en día, con todo el estruendo que provoca la naturaleza cuando se despereza. Si viviéramos en otros tiempos y en otro lugar, tal vez esta gran ola que invadió tierras distantes por miles de kilómetros se habría convertido en una leyenda, un cuento con trasfondo religioso en el que a buen seguró habríamos tenido uno o varios dioses, un mortal homérico en el centro de la historia, e incluso alguna moralina para zanjar el tema y justificar el cuento ante las autoridades competentes. Todo con un lacito y una carta de felicitación para aquellos que lo leyeran, por no tenerlo que haber vivido.

Pero los años no pasan en balde, y las estampitas de San Judas Iscariote han sido reemplazadas por los DVD's de la tragedia, un compendio de imágenes de muerte y destrucción que pueden quedarse como recuerdo aquellos que sobrevivieron a la furia del mar. Es una verdaderá lástima que los turistas hayan abandonado el lugar, pues ellos son los mejores clientes de estos productos, y a buen seguro habrían pagado algo más que los 2 euros por los que se venden estos compactos en las desoladas calles de Tailandia, Indonesia, Bangla Desh y demás países exóticos que han sido atacados por la ola.

Pero esto ya pasó, y los primeros en olvidar el suceso son sus principales víctimas, los nativos del lugar. Sucede en la práctic totalidad de las vidas humanas, algún hecho que las trastoca radicalmente, que convierte en cenizas el camino realizado y obliga a iniciar uno nuevo, pues no existe ruta en este mundo que pueda realizarse dos veces. Me pregunto qué habría pasado de provocarse este terremoto en pleno Atlántico: las Azores desaparecidas de la faz de la tierra, igual que numerosas tierras del Caribe, desapareciendo así la posibilidad para muchas familias de turismo barato en la tierra del merengue. Nueva York se habría llevado una buena remojada, sin duda, y la estatua de la Libertad sería recordada hoy como el nuevo monte Ararat. ¿Las torres gemelas? una historia de antes del maremoto. Europa habría sufrido no menos duramente las consecuencias; veríamos a portugueses y gallegos rasgarse las vestiduras mientras recogían del agua no chapapote, sino cadáveres. Tal vez el Támesis habría subido su nivel, desmontando el sistema antiinundaciones que impide que las ribas de Londres se sumerjan bajo sus aguas.

Si eso hubiera sucedido tal vez sí podriamos hablar de otra leyenda bíblica, otra arca de Noé, porque habrían muerto personas de primera, héroes a la antigua usanza que perecen no por pobres o por desvalidos, sino por los infortunios de los Dioses que así lo han decretado. Porque occidente nunca se equivoca, y por eso cuando el destino quiere que tres mil de sus hijos perezcan en el hundimiento de unas torres, deben buscarse responsables, y éstos han de pagar su merecido, sean mortales (guerra en Afganistán) o no (desviar ríos, allanar montes, construir infraestructuras, todo en pos de la salvaguarda de los occidentales).

Es cuestión de tiempo al tiempo, y si no que se lo digan a los de Pompeya, ya nos tocará y entonces nos reiremos cantidad. Ya no podremos mirar hipócritamente hacia otro lado, como se está haciendo ahora una vez repatriados los turistas occidentales. El terremoto de Bam, con 50.000 muertos, duró dos telediarios; ésto ha durado un poco más, aunque tras inventarse el bulo de que es la peor tragedia de los último 50 años (en los 90 dos ciclones causaron en Bangladesh casi 300.000 muertos), y encima nos hemos colgados la medallita de que occidente es la tierra más solidaria, cuando la verdad es que se trata de la más hipócrita. No aprendemos del pasado, al contrario, lo imitamos con cerril obcecación, y llegará el día en que, como el hijo pródigo, tendremos que mendigar a nuestros hermanos (porque en este mundo tan pequeño hasta los chinos son compadres) y vender nuestra herencia por un plato de lentejas. Una vez más la Biblia, una vez más, algo que ya sucedió.

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