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Una dosis de nihilismo

Vino el otro día mi buen amigo Toni de visita, a alegrarme la mañana del siempre esperanzador viernes. De paso, me hizo un retoquillo en el blog que ahora puede verse. El cuadro que adorna esta página desde hace unos días es "El origen del mundo" una bella obra de Courbet que puede contemplarse colgada de las paredes del museo de Orsay, en la ciudad que bien vale una misa. La obra en sí es lo que ustedes ven, un primer plano de una vulva peluda y sana, que el pintor realizó con gran maestría, para mayor vergüenza de los pintores de la época, preocupados en pintar cuadros cucos y asépticos para los salones de la burguesía.

Porque esta obra de buen seguro afectó en su época. El tal Courbet era un niño bien que le salió rebotón a papá. De él se recuerdan otras obras antes que esta, y particularmente me gusta el entierro de Ornans, por gastar la misma mala leche que el cuadrito del coño. Porque cuando a Courbet le dió por joder al personal, no se fue a la India en busca de elefantes blancos, ni rebuscó en lo más profundo de la mitología para hallar mágicos paralelismos que describieran de un plumazo lo trágico del mundo en que vivía y esas cosas. No, el niñito lo tuvo mucho más fácil, pues su forma de joder fue elevar al altar de la pintura lo cotidiano, lo natural, lo fétidamente humano que hay en todos nosotros. Y la gente se ofendió al ver esas imágenes para las que no requerían cuadros, pues les bastaba con salir a dar un paseo, o acercarse a un lupanar de mala fama. Courbet pretendió enfrentar a su época consigo misma, y la gente huyó despavorida, pues a nadie le gusta reconocer lo que de engaño hay en sus creencias, en su fe, sea católica o no.

Courbet la diñó hace tiempo, pero la sociedad que lo engendró pervive hoy día, e imagino que continuará en su lugar por bastante tiempo. Por eso es lícito seguir mostrando coños (y pollas y tetas también, como Miró, ¿no, Toni?) para no olvidar que venimos básicamente de ahí, no de Olimpos ni Edenes, y que lo que tenemos es lo mismo que llevábamos encima cuando salimos de ese agujerito; lo demás es farsa, decorado, disfraz de carnaval para mantener de una u otra forma el engaño que nos hace vivir como vivimos. Ahí queda, porque empacharse de engaño nos lleva a la derecha, ya sea en el púlpito de la iglesia o en una party tuning. Es bueno de vez en cuando echar un vistazo a lo que somos y recordarnos como pedazos de carne viva buscando comida y agua por estas tierras.

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