El señor Gómez
Hace tiempo que ronda por mi cabeza una teoría sobre los medios de comunicación y sus consumidores. La idea es que el consumidor, una vez ha visto los titulares de premsa, o el resumen del telediario, o lo que sea, ya se considera instruido sobre todos los temas que trata. Hablo del señor Gómez de turno que cada mañana va al quiosco y compra el periódico pagando religiosamente el euro con diez que vale. Acto seguido toma el metro camino de la oficina, y como son nueve paradas se pone a hojear las páginas en busca de algún tema entretenido. va pasando página tras página, lee las tiras cómicas, los titulares, destacados, e incluso la columna de algún articulista de su cuerda, hecho que ya le capacita para convertirse en un tertuliano de primera categoría durante la hora del café. La cuestión es que al leer las noticias, más allá de la reacción que le provoque el suceso, implícitamente aceptará que ya hay alguien que se encarga de ese tema. Si hablan de las víctimas del terrorismo, señal que alguien se ha ocupado de ir a verlas e interesarse por ellas, si ve los muertos del tsunami, pues todo perfecto, porque al lado aparecen unos señores muy blanquitos con cruces rojas en el hombro que les ayudan y tal, o sea que no me des la brasa con este tema. Así van pasando las páginas hasta llegar a la sección más leída del periódico tras el tiempo y la programación televisiva: los deportes. Aquí el señor Gómez, que de política entiende bastante, pero de deportes aún más, porque ve el fútbol todos los domingos, se desmelena y engulle hasta la última palabra de la página, actualizándose con todo detalle sobre el núcleo del 80 % de las posteriores conversaciones que tendrá durante el día.
ASí es la cosa, como en el periódico hablan de todos estos temas, el señor Gómez puede darse por instruido o, en caso contrario, tiene la confianza de que los medios de comunicación le alertarán cuando acontezcan cambios de importancia. Por tanto, puede dedicarse a lo suyo, hacer informes, tomar cafés y mangonear material de oficina. Los jefecillos, que si lo son bien lo han de demostrar, se superan y se tragan muchos la tertulia matutina que desde hace unos años acostumbra a emitirse en todos los canales. Ahí ya te sobras, chaval, porque llegas a la oficina y dices que acabas de oír al Rubalcaba decir no se qué sobre las políticas europeas y no se qué comisario de Bruselas que es un cabrón. Y con ese arsenal va el señor Mateu y se apalanca en la silla acolchada (un poco más alta que las demás, un pelín más cómoda, sólo por joder) convencido de que domina el mundo.
Es un vicio de las personas satisfechas de sí misma buscar el modo de justificar, legitimar su conducta desde el más absoluto buen rollo. Algo parecido sucede en las sociedades que han alcanzado un cierto bienestar y están más preocupadas por mantener su status quo que por reformar lo que ya va bien a una mayoría, de ahí a mirarse el ombligo y sonreir de felicidad hay un paso, y éste es el que los medios ayudan a dar con sus informaciones. No es nada nuevo, porque los resúmenes hace ya siglos que circulan, y el comprar libros para no leerlos algo muy habitual desde que las obras impresas abandonaron su condición de objeto de lujo. Lo nuevo es la amplia difusión que hoy dia se hace de esa soberbia de la información, del creerse informados no ya por leer una breve información sobre un tema, sino simplemente por adquirir, por tener entre las manos las páginas en que se han estampado las palabras, por ver cuatro imágenes de un combate en Faluya o un golpe de estado en Nepal (curioso país). Estas legiones de Gómez, Pérez, Suárez y compañía van por el mundo con la panza inflada y la mancha de mayonesa en la barbilla, convencidos de que la administración de los grandes temas (un estado, por ejemplo) es una mera cuestión de criterios y deseos, no de trabajo y voluntad, y que por tanto están capacitados para ejercer cualquier cargo público. y todo este rollo para llegar a la conclusión de que lo ideal es que el control de lo público esté en manos de alguien como él, de otro Gómez sonriente y bonachon que entre visita y visita al palco del Bernabéu no tendrá problemas para controlar una maquinaria perfecta, moderna, desarrollada al máximo y capaz de preveer y afrontar todo problema.
¿En qué se plasma todo lo dicho? hace pocos días que se celebró el 60 aniversario del cierre de Auschwitz, el mayor proyecto de exterminio humano de la era industrial. En las pantallas del metro aparecían los rostros esqueléticos de los prisioneros recién liberados, de los soldados saludando bobalicones a la cámara, de las pilas de cadáveres desnutridos, amontonadas a la espera del fuego y la chimenea. Poca gente las miraba más de un rato, no es una imagen agradable a las nueve de la mañana, y menos al cruzarte con el décimo monitor que muestra la noticia, de no más de un minuto de duración. Así pasó la fecha, com muchas fotos poco vistas, con preciososo infográficos del proceso de exterminio, mapas del campo, fotos aéreas y alguna biografía de los nazis encargados del proceso de exterminio.
Al día siguiente se había acabado el tema, Auschwitz volvió al olvido y nosotros a la cocina. El señor Gómez, que ha visto las fotos e incluso ha leído algún pie de foto, ya se siente vacunado contra el nazismo. Es más, como la noticia ha aparecido en todos los medios de comunicación, da por sentado que toda la sociedad ha sido inmunizada contra el nazismo, y por tanto cualquier cosa que venga de esta sociedad tan bonita será cualquier cosa menos un engendro del amigo Adolfo. Así piensan muchos, y en los medios se apoyan para discurrir de tal forma. El mismo orgullo de los grandes imperios pagados de sí mismos, pocos años antes de caer derruidos, el de los ancianos que ya lo han hecho todo, y por ello no aceptan ser criticados ni en lo más evidente, el orgullo en definitiva del ignorante, que lo es porque cree saberlo todo.
La historia nos dice que los que así creen están condenados a ser engullidos por el propio tiempo, que todo lo cambia y arrasa con quien pretende impedirlo, pero en el camino se corre el riesgo de repetir errores, de recuperar sufrimientos, de añadir una nueva vergüenza a la historia de la humanidad. Tal vez muchos hayan olvidado que la creación de Auschwitz se debió a un monton de Gómez que, convencidos de que todo lo hacían bien porque lo contrario era imposible, se dedicarón a efectuar pequeños retoques en el seno de su sociedad, con la misma ilusión con que un niño juega con la pistola de papá.
ASí es la cosa, como en el periódico hablan de todos estos temas, el señor Gómez puede darse por instruido o, en caso contrario, tiene la confianza de que los medios de comunicación le alertarán cuando acontezcan cambios de importancia. Por tanto, puede dedicarse a lo suyo, hacer informes, tomar cafés y mangonear material de oficina. Los jefecillos, que si lo son bien lo han de demostrar, se superan y se tragan muchos la tertulia matutina que desde hace unos años acostumbra a emitirse en todos los canales. Ahí ya te sobras, chaval, porque llegas a la oficina y dices que acabas de oír al Rubalcaba decir no se qué sobre las políticas europeas y no se qué comisario de Bruselas que es un cabrón. Y con ese arsenal va el señor Mateu y se apalanca en la silla acolchada (un poco más alta que las demás, un pelín más cómoda, sólo por joder) convencido de que domina el mundo.
Es un vicio de las personas satisfechas de sí misma buscar el modo de justificar, legitimar su conducta desde el más absoluto buen rollo. Algo parecido sucede en las sociedades que han alcanzado un cierto bienestar y están más preocupadas por mantener su status quo que por reformar lo que ya va bien a una mayoría, de ahí a mirarse el ombligo y sonreir de felicidad hay un paso, y éste es el que los medios ayudan a dar con sus informaciones. No es nada nuevo, porque los resúmenes hace ya siglos que circulan, y el comprar libros para no leerlos algo muy habitual desde que las obras impresas abandonaron su condición de objeto de lujo. Lo nuevo es la amplia difusión que hoy dia se hace de esa soberbia de la información, del creerse informados no ya por leer una breve información sobre un tema, sino simplemente por adquirir, por tener entre las manos las páginas en que se han estampado las palabras, por ver cuatro imágenes de un combate en Faluya o un golpe de estado en Nepal (curioso país). Estas legiones de Gómez, Pérez, Suárez y compañía van por el mundo con la panza inflada y la mancha de mayonesa en la barbilla, convencidos de que la administración de los grandes temas (un estado, por ejemplo) es una mera cuestión de criterios y deseos, no de trabajo y voluntad, y que por tanto están capacitados para ejercer cualquier cargo público. y todo este rollo para llegar a la conclusión de que lo ideal es que el control de lo público esté en manos de alguien como él, de otro Gómez sonriente y bonachon que entre visita y visita al palco del Bernabéu no tendrá problemas para controlar una maquinaria perfecta, moderna, desarrollada al máximo y capaz de preveer y afrontar todo problema.
¿En qué se plasma todo lo dicho? hace pocos días que se celebró el 60 aniversario del cierre de Auschwitz, el mayor proyecto de exterminio humano de la era industrial. En las pantallas del metro aparecían los rostros esqueléticos de los prisioneros recién liberados, de los soldados saludando bobalicones a la cámara, de las pilas de cadáveres desnutridos, amontonadas a la espera del fuego y la chimenea. Poca gente las miraba más de un rato, no es una imagen agradable a las nueve de la mañana, y menos al cruzarte con el décimo monitor que muestra la noticia, de no más de un minuto de duración. Así pasó la fecha, com muchas fotos poco vistas, con preciososo infográficos del proceso de exterminio, mapas del campo, fotos aéreas y alguna biografía de los nazis encargados del proceso de exterminio.
Al día siguiente se había acabado el tema, Auschwitz volvió al olvido y nosotros a la cocina. El señor Gómez, que ha visto las fotos e incluso ha leído algún pie de foto, ya se siente vacunado contra el nazismo. Es más, como la noticia ha aparecido en todos los medios de comunicación, da por sentado que toda la sociedad ha sido inmunizada contra el nazismo, y por tanto cualquier cosa que venga de esta sociedad tan bonita será cualquier cosa menos un engendro del amigo Adolfo. Así piensan muchos, y en los medios se apoyan para discurrir de tal forma. El mismo orgullo de los grandes imperios pagados de sí mismos, pocos años antes de caer derruidos, el de los ancianos que ya lo han hecho todo, y por ello no aceptan ser criticados ni en lo más evidente, el orgullo en definitiva del ignorante, que lo es porque cree saberlo todo.
La historia nos dice que los que así creen están condenados a ser engullidos por el propio tiempo, que todo lo cambia y arrasa con quien pretende impedirlo, pero en el camino se corre el riesgo de repetir errores, de recuperar sufrimientos, de añadir una nueva vergüenza a la historia de la humanidad. Tal vez muchos hayan olvidado que la creación de Auschwitz se debió a un monton de Gómez que, convencidos de que todo lo hacían bien porque lo contrario era imposible, se dedicarón a efectuar pequeños retoques en el seno de su sociedad, con la misma ilusión con que un niño juega con la pistola de papá.
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