Recordando la constitución europea
Una de las colas más largas que arrastró la Constitución europea, en aquellos días en que estaba viva y los chicos de Operación Triunfo cobraban de nuestros impuestos para promocionarla, era el tema de la confesionalidad del engendro. El Gran Oriente de la cofadría que se encargó de redactar el texto, a saber el Sr. Giscard d’Estaing, consideraba que Europa estaba intrínsecamente ligada a la fe cristiana, porque decía que en ella se encontraban las raíces del continente.
Podría responderse de mil maneras a esta afirmación, y en efecto muchas fueron las críticas hechas a esta postura. Porque claro, esto que se llama Europa es tan hija del cristianismo como de la cultura bárbara, pestes negras, persecuciones religiosas, imperialismos de todo tipo y algún que otro exterminio, que es lo que encontramos cuando miramos la historia de Europa, además de la omnipresente fe cristiana.
Pero lo erróneo de incluir temas religiosos en la constitución ha quedado definitivamente claro hoy, domingo 9 de julio de 2006. No mucho ha que en nuestro país el arzobispo de Toledo dejara claro, por si alguien aún no lo sabía, que ésta era la "reserva espiritual de occidente". Y en una cosa no le faltaba razón, y es en el gran número de católicos que campan por la piel de toro, entre misas y rosarios -algunos cilicio-. Como le sucediera a Abraham, a quien Dios le pidió el sacrificio del hijo, hoy los españoles, qué digo, España!, estaba llamada a cumplir con su sacrificio ritual, echar el vellocino de oro al fuego para purificar el alma, implorando piedad al más grande. Debia elegir, y lo ha hecho.
Tal vez los datos me contradigan, pero me da que el seguimiento de la final del mundial de fútbol han rebasado ampliamente a los de la visita del Papa Ratzi a la muy católica y apostólica Valencia. Cierto que don Benito contaba con la ventaja de la emisión simultánea en varias cadenas de televisión, así como la asistencia en directo de una multitud. Pero, aparte los cientos de millones que han seguido la final por el mundo (por cierto, buen partido, Zidane murió con las botas puestas), la centinela de occidente se ha dormido en la garita.
No pretendo restar méritos a este veterano inquisidor que es el Papa. En pleno siglo XXI, no sé de nadie en Europa capaz de reunir a cientos de miles de personas sólo para escuchar a unos señores (porque ya saben que las señoras no pueden) hablar sobre un entarimado. Así, sin música ni fuegos artificiales, ni concierto de Pavarotti ni nada. Hoy en día no es fácil ver tal cosa. A este nivel sólo se me ocurren el presidente de Irán, el de Corea del Norte, el comandante Fidel, y cómo olvidarlo, Saddam Hussein, ese sí que los juntaba bien juntos.
Nuestro país ha dejado hoy bien claro, por la democracia de las audiencias, qué opio prefiere; la pelota ha vencido a la cruz. La nueva religión es laica, acepta a las mujeres -aunque aún no mucho- no dice nada sobre el sexo, ni sobre los excesos, tampoco tiene la potestad de declarar la guerra a nadie y, lo que es más importante, no regala absoluciones Urbi et Orbe, del orden de "obedece y síguete tirando al monaguillo". Las religiones mueren como lo hicieron en su día el Mamut o las palomas mensajeras, por inutilidad práctica. Cierto que los católicos son legión, sin embargo la gente que ha de vivir por estos lares mira hacia otro lado, unos de forma natural, otros a escondidas, pero todos ante el balón. En Europa hay cristianos, pero no es cristiana. Confío en que, para la próxima constitución que nos quieran vender, el comité de brujos tenga claro este hecho y no nos quiera vender motos a pedal que a estas alturas de la película hay problemas más serios.
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