El exterminio fue primero silenciado y luego usado
Adjunto una entrevista publicado en el suplemento "culturas" de La Vanguardia publicado hoy 2 de agosto. Obviamente recomiendo su lectura, garantizo que serán 10 minutos muy bien aprovechados.
Idith Zertal ofrece en ‘La nació i la mort’ una lectura nueva y radical sobre la cultura política de Israel, su relación con la Shoá y sus consecuencias. Una lectura necesaria en la actualidad del conflicto de Oriente Medio
FINA BIRULÉS
La colección Traus (Lleonard Muntaner editor), dirigida por Arnau Pons, acaba de publicar La nació i la mort de la historiadora israelí Idith Zertal, en traducción de Roser Lluch. Hablamos con la autora de esta documentada y profunda obra centrada en el lugar que ocupan la muerte y la memoria en la construcción de una nación y en los modos sinuosos con que Israel se ha apropiado de la memoria de la Shoá y de sus muertos para definir y legitimar su existencia y su política como Estado-Nación.
Usted se cuenta entre los escritores y artistas vinculados a la obra del filósofo alemán Walter Benjamin que se han reunido recientemente en Port Bou y en Barcelona para dar a conocer y debatir los objetivos de la Fundación Internacional Walter Benjamin. Háblenos, por favor, de las características que va a tener este proyecto.
La Fundación quiere ser un espacio de trabajo académico, intelectual, político y crítico en torno no sólo a la obra de Benjamin, un ejemplo clave de la persecución en Europa, sino también en torno a conceptos como frontera, genocidio, racismo, exilio, globalización, inmigración, o a la crítica de arte y al papel del intelectual, del artista. El centro quiere ser un ámbito de reflexión y debate, y no un lugar de mitologización, iconización o banalización de Walter Benjamin. En este momento tenemos ya el proyecto de Norman Foster para rehabilitar el edificio del antiguo Ayuntamiento de Port Bou, donde estará ubicada la Fundación. Esa Casa Benjamin, junto con la estación de Gustave Eiffel de Port Bou y la creación de Dani Karavan en homenaje a Benjamin generarán una formidable sinergia de trabajos excepcionales en este pequeño pueblo.
¿No es cierto que está más interesada en Hannah Arendt que en Benjamin? Su libro constituye un homenaje a esta pensadora.
Es verdad que he llegado a Benjamin a través de Arendt. Mi libro La nació i la mortes en efecto un homenaje a Arendt: es arendtiano tanto en su aproximación como en el análisis que hago de la cultura política de Israel y de la interpretación particularista, y casi exclusivamente nacionalista, del exterminio nazi de los judíos de Europa, tal y como se ha dado en Israel. Examino esa relación ambigua con el exterminio. Israel se ha definido por oposición al concepto de víctima judía al presentarse como un país heroico, masculino, autónomo, independiente. Pero por debajo de este discurso existe una profunda cultura de la víctima y de la muerte que es usada por la política israelí. Esta dualidad se practica a todos los niveles y es extrema en el contexto de nuestro conflicto con los árabes. Al haberse constituido como antítesis o respuesta al genocidio y al victimismo, Israel se ha otorgado el monopolio de la fuerza. Entonces cabe preguntarse hasta qué punto esta concepción de fuerza no implica una situación de precariedad para los ciudadanos. El uso excesivo de la fuerza debilitó a Israel ya a partir de 1967, pues la verdadera fuerza de un pueblo es la cohesión social, la solidaridad, la educación, la relación con sus vecinos y con la comunidad internacional, y, en cambio, en nuestro contexto, son las armas, el ejército y la violencia. Puedo entender el miedo y la angustia existencial de Israel, es natural, es humano, pero hemos ido tan lejos (demasiado lejos) en la fortificación que, paradójicamente, hemos vuelto al ghetto. El muro gigantesco que construimos a nuestro alrededor y que incluye una parte de los territorios palestinos es la prueba de ello.
La manera en que el exterminio ha sido tratado y memorizado ha generado, pues, esta esclavitud o dependencia de la fuerza…
Por supuesto. Este vínculo naturalentre la Shoá e Israel, evidente para casi todo el mundo, es el gran éxito del Estado, ya que se presenta como la justicia y la reparación hechas al exterminio, de modo que legitima su derecho a partir de la mayor catástrofe judía del siglo XX. Pero aquí existe una paradoja evidente, porque ese vínculo justificador contradice o incluso mina la otra justificación existencial del Estado de Israel, es decir, el hecho de que este lugar sea nuestra tierra de siempre, la tierra de nuestros ancestros, a la que volvemos, con lo cual no seríamos colonialistas. Ahora bien: o somos los herederos de los ancestros del lugar, o somos los herederos de las víctimas de Europa. En la política y en el discurso de Israel existen otras paradojas, que provienen de esta misma fuente. Por ejemplo, la fuerza nuclear israelí, de la que no se habla en Israel, como si no existiera, y que es también el producto de esa ansiedad existencial que es la herencia de la Shoá. Sin embargo, la nuclearización de Israel ha expuesto al país y a sus ciudadanos a los peligros nucleares potenciales que representan hoy otros países de la zona. Lo unilateral no existe, ni en la vida, ni en la política. Cada cosa engendra otra, cada acción tiene sus consecuencias, de una manera imparable, diría Hannah Arendt. Ahora bien, 58 años después de su establecimiento, Israel no reconoce todavía esta ley, y se ve solo en el terreno, con lo cual no reconoce ni los derechos, ni los intereses, ni los miedos ancestrales de los otros, y este absolutismo viene también, a mi entender, de la Shoá, que se ha convertido en la carta blanca para todo. Pero no debemos equivocarnos, pues al mismo tiempo Israel es un país moderno y dinámico, en el que, una vez se haya puesto punto final a la ocupación de los territorios palestinos, se puede llegar a vivir muy agradablemente.
En su libro dedica también una notable atención a cómo la elite sionista preisraelí convirtió las grandes derrotas en mitos heroicos: el levantamiento del ghetto de Varsovia, por ejemplo, o el largo y doloroso episodio del ‘Exodus’ en 1947. ¿Esta misma elite eligió ignorar a los supervivientes de los campos, a favor de los muertos?
En los años 50 hubo un enorme silencio sobre el exterminio, se quería crear un nuevo hombre sionista, valiente y que no estuviera de luto permanente. De ahí la relación tan ambivalente con respecto a los supervivientes: se diferenciaba entre la heroicidad de los insurgentes sionistasy la pasividad de las víctimas judías. Se usó el exterminio, pero al mismo tiempo fue reprimido. Manejar a los muertos es más fácil que a los vivos. Los muertos no están en Israel, son muertos ausentes, subieron transformados en humo hacia el cielo de Europa. Por su parte, los supervivientes estaban ahí, con sus recuerdos del horror, y sus desgracias, y nadie podía ni quería escucharlos.
¿Qué consecuencias tiene ahora este uso de la memoria de los terribles acontecimientos del genocidio nazi?
La memoria, cuando es politizada o instrumentalizada, se convierte en una forma de olvido. En Israel no existe una memoria verdadera, detallada, de la Shoá. Por el contrario, la lecciónde la Shoá (representada, por ejemplo, por el enorme trabajo de Yad va-Shem), de la que los dirigentes se sirven políticamente, lo impregna todo. Pero esto no es memoria. Durante muchos años en Israel se ha negado todo el pasado inmediato de la diáspora. Sólo existe el pasado bíblico. En realidad, Israel se encuentra como en el limbo, entre un pasado mítico y un futuro mesiánico, lo cual nos impide juzgar nuestras propias acciones presentes, de modo que lo difícil es el diálogo entre nosotros mismos y la Shoá. Además muchos intelectuales israelíes son percibidos como enemigos del país a causa de sus opiniones. Esto crea una democracia en tensión continua. Algo similar se ha producido en EE.UU., por ejemplo, ya durante la guerra de Vietnam, o ahora en relación a la guerra de Irak. Pienso que ya es el momento de cortar ese nudo gordiano entre la Shoá e Israel. Israel ya no precisa de este recurso para su existencia y, en cambio, esto ha pervertido nuestra relación entre nosotros, con el mundo y con nuestros vecinos: nos ha convertido en intolerantes e insensibles hacia los demás; esto es lo básicamente insoportable de este uso del pasado.
Desde los primeros años 50, Israel ha hecho de todo enemigo un nazi…
Acusar de nazi a cada enemigo, o a aquel que es percibido como enemigo, ya sea el Gran Muftí, Nasser, Arafat, o incluso los rivales políticos israelíes, tal y como se acostumbra en la cultura política israelí, es devaluar y pervertir las atrocidades nazis por un lado, pero por otro lado es devaluar y pervertir la muerte y los sufrimientos sin precedentes de las víctimas. Además, al tratar a los árabes de nazis, éstos quedan demonizados para siempre; pervertimos el presente, el pasado y a nosotros mismos. Ahora bien, con los nazis no se negocia, y los israelíes deben negociar con sus vecinos. Como he dicho, esto también se aplica dentro de Israel, donde toda crítica de la política es vista como antisemita o antisionista, de modo que las prácticas políticas y militares hacia el exterior tienen carta blanca. El militarismo está presente también en la política interna, donde todo juicio discordante es rechazado en nombre de la siempre precaria existencia del Estado. Se trata, como digo, de una democracia condicionada, con cláusulas.
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