La España negra
Es curioso ver los ataques de histeria que provoca la inmigración masiva en la península. Desde los que simplemente les molesta tener pobres por la calle, hasta aquellos que quieren ver en este desembarco de negros la re·reconquista, son legión los que andan escocidos por ver a tanto senegalés deambulando sin rumbo por los pueblos del país.
Claro, es lo que tiene el vivir bien, lo que sería la cultura del microondas. Porque mire usted, que aquí en Catalunya lo tenemos muy claro: independencia sí, pero nunca, Jamás, a costa del microondas. Ese aparatito mágico, que junto a la cafetera, el lavaplatos, la tele de plasma y el monovolúmen en la puerta caracteriza mejor que cualquier otra cosa a nuestra sociedad actual: pasada la época del hambre, el microondas es la opulencia, el regodeo en nuestra superioridad que, si no nos permite poseer esclavos en la hacienda, sí nos libra de molestos quehaceres diarios como calentar la leche o lavar la ropa a mano.
Porque ésto es lo que está en peligro con la llegada de nuestros amiguetes de piel negra: no el alimento, no la seguridad social ni una vivienda de cuya escasez otros tienen la culpa. No queremos que vengan los negros porque, si comenzamos a repartir, nos vamos a quedar sin microondas, y el fregaplatos será ya símbol de lujo asiático, privativo de futbolistas y altos ejecutivos.
Deberíamos recordar que España es la región con menor densidad de población de la unión europea. Deberíamos tener en cuenta que, en un país como Alemania, viven a día de hoy más de 10 millones de inmigrantes turcos, y que en ese país la inmigración supone un 12 % de la población, mientras que en Francia representa un 10 % (a la que debemos añadir los hijos de inmigrantes algerianos y del resto de colonias del imperio).
Porque la verdad es que jode, jode un montón ver a un morito que hace dos años que llegó en patera conducir un Mercedes. Luego dirán, claro, que es de segunda mano, que tiene 350.000 kilómetros, que el antiguo propietario sufrió horrores para quitárselo de encima y lo tuvo que vender de saldo, y que dentro de dos años, cuando el morito tenga que hacer frente a alguna reparación chunga, se acordará de la señora Mercedes cuando tenga que abandonar el auto en alguna acera por no poder hacer frente a los costos. Pero es que es moro, o sea, inferior, y a los blancos nos jode mogollón ver que tiran para adelante sin ninguna clase de estatus social, sin amiguetes ni padrinos, sólo a base de currar 12 horas y vivir varios años en un piso patera con 15 moritos más, que es que les gusta esto de vivir juntitos.
Volviendo al ejemplo catalán, tenemos que en la actualidad, a ojo de buen cubero, tenemos a un 30 % de la población que es inmigrante, y a otro tanto que es hija de inmigrantes, y ya ven ustedes lo mal que nos va, la de enfrentamientos raciales que tenemos, “banlieus” ardiendo y paro por doquier. Decían los catalantes del siglo XX que esos murcianos y andaluces que venían de fuera no traerían más que paro y desgracia, y ahora quizás uno de estos inmigrantes será presidente de la Generalitat (aunque lo tiene difícil) con el voto de muchos de los catalanets que antes reprobaban todo lo que viniera de allende el Ebro.
Y ahora, para no perder la costumbre, son los hijos de los andaluces los que echan pestes de estos nuevos inmigrantes que, al igual que sus padres, llegaron aquí con una mano detrás y otra delante, con una cultura que ríete de los talibanes, y con unas pintas que daban asco sólo de verles: sarnosos, hacinados en chabolas y aceptando los trabajos que nadie quería.
Cuando en ESADE y otras madrasas de la economía se está diciendo que lo que necesita una empresa es mano de obra, mucha y cualificada, resulta que es malo dejar que venga gente aquí a vivir, a trabajar, a robar y a chupar del pote, igualito que nosotros. Ponen como ejemplo a los nórdicos y los suizos, unos señores que viven a miles de kilómetros de aquí, que nunca han tenido una ola migratoria, y que aún así se atreven a dar lecciones de lo que debemos hacer nosotros aquí, total porque han pasado 15 días en Mallorca. No estaría de más que Zapatero repatriara a algunas decenas de miles de negritos a Ginebra, o Helsinki, a ver qué hacen estos nórdicos tan aseados y tan guapos con los señores que durante más de un siglo se han dedicado a extraer diamantes para ellos a precio de saldo.
Los chinos se están poniendo las pilas, y parece que occidente tiene las horas contadas como “big boss” de la política internacional. No creo que esconder la cabeza a guisa de avestruz sea la opción adecuada. Ni siquiera los “minutemen” norteamericanos logran impedir la riada de mexicanos en El Paso, y no creo que armar las patrulleras con ametralladoras, o vigilar toda la costa africana, como quiso Felipe II hacer con toda América, sea la solución. Los que defienden el candado deberían plantearse si su defensa egoista de los privilegios adquiridos es una solución razonable al problema o una claudicación incondicional ante el mismo. Y el que no se lo crea, que vaya a ver la muralla china, lo larga e inútil que llega a ser.
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