Lodos de Aznar, fangos de Rajoy
A dos años y medio de su renuncia, Aznar sigue dando guerra en la política española, aunque no en la línea que el tercero de las Azores tenía previsto. Baste ver los temas que ocupan actualmente la agenda para caer en ello. Por un lado tenemos las negociaciones con ETA. Aquí pepemari nos dejó el bonito regalo de unas “víctimas” sobredimensionadas en su papel, defendiendo unos postulados que, de llevarse a la práctica, significarían la prolongación del conflicto varias décadas más.
Fue un movimiento que zanjó definitivamente la campaña del 2000, unos comicios que el PP tenía de cara por los buenos resultados electorales. La muerte de Miguel Ángel Blanco abrió nuevas vías de aglutinar votos por el terrorismo, convirtiéndolo en la primera preocupación de los españoles pese a las pocas muertes por terrorismo en comparación con los años anteriores. Arropado por varios medios de comunicación, el líder popular inició una campaña de acoso y derribo que vinculaba nacionalismo a terrorismo, a la vez que exigía de todos y cada uno el posicionamiento firme y –sobre todo- público en contra del terrorismo de ETA (de los demás, chitón por el momento).Los resultados de esta política fueron, por un lado, la potenciación de las asociaciones de víctimas del terrorismo, la mayoría controladas indirectamente por el PP, y por el otro la ilegalización de un partido político –Batasuna- por no condenar públicamente los actos considerados de terrorismo, ya fuera la quema de containers o el tiro en la nuca. Cabe destacar que la ilegalización de Batasuna no fue por colaborar con ETA, sino sencillamente por no condenar públicamente sus atentados y los de otras gentes del entorno abertzale, esto es, se les condenó por su forma de pensar, algo teóricamente incompatible con una democracia. En cualquier caso, colocaron a esta formación en el papel de víctima frente a sus simpatizantes, que reaccionaron cerrando filas y votando al Partido Comunista de las Tierras Vascas, sucedáneo de Batasuna que gracias a estos votos mantuvo su posición preeminente en el Parlamento Vasco.
A día de hoy las consecuencias de estos lodos se encuentran en el parlamento, enfangado en constantes exigencias de información sobre unas negociaciones con ETA que necesariamente deben llevarse desde la discreción. En lugar de presentar una imagen de unidad, el PP se ha lanzado, con las asociaciones de la mano, contra las negociaciones de los socialistas con el objetivo de mantener viva la llama de la unidad nacional frente al terrorismo. El resultado es un parlamento dividido, debilitado ante la banda armada e incapaz de garantizar la continuidad de las negociaciones si dentro de dos años el PP gana los comicios. El independentismo vasco, por su parte, no ha sido debilitado ni la décima parte de lo que dice la prensa de Madrid. Si su brazo armado está en las últimas, la masa social se mantiene incólume, haciendo inútiles todos los intentos de PepeMari por acabar con el problema del terrorismo y el de las nacionalidades de un plumazo.
Pero ese no es el único legado de Aznar. El bigotes dejó su marca indeleble en el manido debate estatutario, aunque para ello precisó de una ayuda inestimable: el gran Pasqual Maragall. En la línea Ibarretxe, al nieto del poeta se le ocurrió plantear un nuevo estatuto para Catalunya, con la sana intención de verlo rechazado en Madrid, lo que significa más munición para el nacionalismo catalán. Pero he aquí que Aznar, esta vez por defecto, tuvo la graciosa idea de regalar la Moncloa al PSOE por la vía de la mentira y la manipulación mediática.
Fue otro bigotes, el coronel Tejero, quien detuviera en 1981 el desarrollo de los estatutos autonómicos. Desde entonces la mayoría de las comunidades autónomas tienen –o tenían- menos poder del que sus respectivos estatutos les permitía tener. En lugar de exigir el pleno desarrollo de las competencias, que habría sido lo mismo, a Maragall se le ocurrió que un nuevo estatuto tendría más eco mediático, y no se equivocó. Pero la derrota de Aznar obligó al tripartito a convertir en hechos lo que no era más que un farol.
Lo más gracioso del asunto es que la petición de un nuevo estatuto para Catalunya ha tenido como respuesta, al correr de los días, la misma exigencia por parte del resto de autonomías, y muy especialmente las populares de Mallorca y Valencia, esta última con una clàusula que hace suyas automáticamente varias cláusulas del nuevo estatuto catalán.
La política centrista y contra los nacionalismos periféricos de Aznar ha terminado así por fortalecer los susodichos nacionalismos y generar nuevas aspiraciones federalistas (por decirlo sin ofender) en toda la piel de toro.
Por último vale la pena añadir el grano en la nariz que es Ciutadans nosequémas. Estos señores son los hijos bastardos de una mezcla de antinacionalismo catalán y vasco, junto con el apoyo a un nacionalismo español expansionista, aderezado con la mala baba que cuecen las organizaciones antiterroristas y los locutores de la COPE. Resulta que estos señores, apoyados desde Madrid con la intención de horadar votos al libertino PSC, se plantean expandirse como un virus por todas las Españas. Y ahí tienes a la plana mayor popular respondiendo las puyas de una banda de titiriteros y sicofantas cuyos escaños se deben más a la elevada abstención electoral que a los votos por ellos obtenidos.
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